Mi compañero de clase
Cuando vi a mi antiguo compañero de EGB con su guitarra eléctrica sobre el escenario, tuve la certeza de que si había alguien que lo tenía realmente, era él: aquéllo a lo que los grandes bluesmen hacían referencia; aunque antaño no destacara precisamente por su modélico comportamiento y sus buenas calificaciones... había que estar muy ciego para no verlo: «TENÍA EL BLUES». Mientras era consciente de ello, apenas pude dejar de mirarle con envidia, moviéndose sobre el escenario con aquella actitud, poniendo voz a las letras que él mismo había compuesto, derrochando un blues sucio y distorsionado que punteaba en extensos solos.
Ha pasado algún tiempo desde entonces, pero el recuerdo de aquel concierto me ha servido de inspiración para escribir el presente post, que espero aclarar finalmente.
Entrando en el meollo del asunto, a veces me pregunto en qué se fija la gente para elegir a sus mascotas, y en concreto me estoy refiriendo a los perros. Al igual que ocurre con la mayoría de las cosas, supongo que obedecen a la moda reinante; actualmente se lleva mucho la raza Border Collie, que muchos incluso compran. Desde luego no es mi caso, y tampoco el de mi mujer, entre otras cosas porque ambos tenemos nuestro propio criterio, y es difícil que nos dejemos llevar. Llegados a este punto y para no andarme por las ramas, se hace necesario responder a la siguiente pregunta: ¿qué es lo que me llamó la atención de mi primera mascota? Supongo que ha pasado mucho tiempo desde entonces, cuando era un joven insolente sin un ápice de consciencia.
Nuestra perra se llama Marley. Al igual que Lola —mi mascota durante los últimos quince años—, es una hembra mestiza de tamaño pequeño. Nos la entregaron con el nombre puesto y, aunque en un principio pensamos cambiárselo, lo conserva. Recuerdo que mi mujer la vio en la web de una protectora animalista, y nos desplazamos hasta la localidad gipuzcoana de Urnieta, para conocerla.
Enseguida comprobamos que era una perra muy alegre, de carácter social. Pero la muerte de Lola estaba demasiado reciente, y yo no estaba convencido de que fuera un buen momento para adoptar; sin embargo, durante nuestra visita ocurrió algo que me hizo cambiar de parecer: Marley estuvo jugando durante largo rato con otro perrito algo más pequeño que ella, mordiendo un juguete de goma. Ambos canes mantuvieron un tira y afloja constante, uno frente al otro. La observé en silencio, hasta que pude verlo con claridad: Marley mordía el juguete, tirando de él, pero lo hacía sin agresividad, aflojando cuando el otro perrito lo reclamaba; podría haberle vencido en cualquier momento, pero no lo hizo. Definitivamente, era sumisa. Pude apreciar un halo de energía magnífica y benévola, que logró convencerme. Al igual que mi antiguo compañero de EGB, lo tenía. Fuera lo que fuese, LO TENÍA.
Llegados a este punto, ahora sólo falta que también lo tenga yo: con mis seres queridos, con el mundo y con la literatura; conmigo mismo.
¿Lo tienes tú? ¿Qué tienes? A fin de cuentas todos tenemos algo.
Ha pasado algún tiempo desde entonces, pero el recuerdo de aquel concierto me ha servido de inspiración para escribir el presente post, que espero aclarar finalmente.
Entrando en el meollo del asunto, a veces me pregunto en qué se fija la gente para elegir a sus mascotas, y en concreto me estoy refiriendo a los perros. Al igual que ocurre con la mayoría de las cosas, supongo que obedecen a la moda reinante; actualmente se lleva mucho la raza Border Collie, que muchos incluso compran. Desde luego no es mi caso, y tampoco el de mi mujer, entre otras cosas porque ambos tenemos nuestro propio criterio, y es difícil que nos dejemos llevar. Llegados a este punto y para no andarme por las ramas, se hace necesario responder a la siguiente pregunta: ¿qué es lo que me llamó la atención de mi primera mascota? Supongo que ha pasado mucho tiempo desde entonces, cuando era un joven insolente sin un ápice de consciencia.
Nuestra perra se llama Marley. Al igual que Lola —mi mascota durante los últimos quince años—, es una hembra mestiza de tamaño pequeño. Nos la entregaron con el nombre puesto y, aunque en un principio pensamos cambiárselo, lo conserva. Recuerdo que mi mujer la vio en la web de una protectora animalista, y nos desplazamos hasta la localidad gipuzcoana de Urnieta, para conocerla.
Nuestra mascota, Marley |
Llegados a este punto, ahora sólo falta que también lo tenga yo: con mis seres queridos, con el mundo y con la literatura; conmigo mismo.
¿Lo tienes tú? ¿Qué tienes? A fin de cuentas todos tenemos algo.
Mi perrita Lola (RIP)
Atentamente:
Rafael Moriel
Rafael Moriel