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miércoles, 25 de diciembre de 2019

LA BOTICA, Revista Literaria-4 (La Censura)







Nota: el presente post es una continuación del post publicado anteriormente, que lleva por título «La Botica, Revista Literaria-3 (Evolución)».



«La Botica, revista literaria» fue censurada hasta en dos ocasiones diferentes, en la primera de las cuales llegó a destruirse una tirada completa de 3000 ejemplares impresos, aduciendo el carácter inapropiado de un poema aportado por el poeta Mariaño Íñigo (D.E.P.).

«La Botica, revista literaria» afrontó su primera censura tras publicar un poema escrito por el conocido poeta Mariano Íñigo. Ciertamente, en ningún momento llegamos a imaginar siquiera que en los tiempos actuales fuera posible censurar una publicación de carácter literario aunque, a decir verdad, habíamos vivido tiempos de una mayor libertad creativa durante el transcurso de los años posteriores al fin de la dictadura franquista en España.

Como ya he mencionado, ni mi compañero Jorge ni yo imaginábamos que pudiera llegar a ocurrir algo semejante, sobre todo teniendo en cuenta que alguien desde las instituciones públicas revisaba nuestros contenidos literarios antes de que éstos fueran publicados, habida cuenta de que veníamos utilizando la imprenta de la Diputación Foral de Álava para imprimir los ejemplares de la revista. La tirada actual en el momento de la censura era de tres mil ejemplares, y la temática del poema aportado por Mariano Íñigo giraba en torno a una felación; al parecer alguien se quejó cuando los ejemplares ya habían sido impresos, y por alguna razón pensaron que aquel poema podría llegar a herir la sensibilidad del lector. La Diputación Foral de Álava imprimía gratuitamente nuestros ejemplares, que posteriormente distribuíamos por toda la ciudad, estando al alcance de cualquiera, lo cual incluía a los niños. Ante dicho argumento no tuvimos más remedio que aceptarlo con resignación, a pesar de que la medida nos pareció desorbitada. No entendíamos cómo era posible destruir una tirada completa de 3000 ejemplares, cuando se supone que la publicación ya había pasado un filtro previo, y tampoco estábamos de acuerdo en la necesidad de una prohibición.

Personalmente, por aquel entonces me tocaba mediar en algunos temas difíciles, tal como ocurrió en el caso de Mariaño Íñigo, quien al enterarse de lo ocurrido, estaba muy enfadado. Recuerdo perfectamente que me cité con él para tratar el tema un día por la tarde, en el pub «Canguro Rojo» en la calle Adriaño VI de Vitoria. Charlamos largo y tendido, o quizá habló mayormente él. Personalmente, conocía a Mariaño Íñigo desde que yo era un niño y siempre empaticé con él; además de eso le apreciaba y respetaba como poeta, por lo que tras finalizar nuestro encuentro, no llegé a tener un desencuentro con él, que estaba muy afectado y acudió a los medios de prensa para denunciar lo ocurrido. Yo le di la razón en todo momento, pero me mantuve firme en que, a pesar de la censura, nuestra revista literaria debía continuar su andadura a pesar de todo, porque se habían aferrado a unos argumentos contra los que no podíamos hacer nada. Finalmente, el disgusto se le fue pasando con el paso del tiempo y el asunto fue a menos. Mariano Íñigo y yo éramos amigos y continuamos siéndolo.

Pero la primera censura no terminó ahí. Durante los dos años posteriores, las instituciones se negaron a publicarnos. Alguien había dado la orden, y no había manera de reanudar las publicaciones. En vista de lo ocurrido, recurrimos incluso al Gobierno Vasco-Eusko Jaurlaritza, a quien presentamos un proyecto; recuerdo perfectamente una redaccion extensa, solicitando su ayuda, presentando justificantes de todo lo que podía justificarse en el seno de una asociación como la nuestra, así como ejemplares de todo lo publicado hasta el momento, con la esperanza de que una institución de tales características colaborase con un proyecto literario tan interesante. Sin embargo, recibimos una negativa por respuesta, aduciendo que la publicación debería ser redactada y publicada íntegramente en euskera. Esto supuso un terrible mazazo para nosotros, en especial para mí, y supuso, si cabe, otra nueva forma de censura que a fin de cuentas no distaba mucho de cualquier otra, independientemente de dónde o quién la ordenase. Una auténtica atrocidad y una injusticia para la literatura en general.

Tras más de dos años de silencio por parte de las instituciones, recurrimos a la ayuda de los políticos. Mi compañero Jorge y yo habíamos mantenido una actitud muy cauta y paciente en todo momento, y tras hablar con José Ángel Cuerda y Alfonso Alonso para solicitarles su apoyo, ambos se mostraron cercanos y comprensivos. Un buen día y sin saber muy bien cómo, se reanudó la comunicación con las instituciones y poco después publicamos un nuevo número.

Finalmente logramos retomar la edición de la revista, aumentando la tirada hasta los 3500 ejemplares.

La segunda censura literaria llegó posteriormente, y estaba relacionada con un poema que sería publicado en «La Botica, revista literaria» aunque, a diferencia de la primera, éste no pasó el filtro tras la entrega del original para su revisión antes de la impresión final.

Recuerdo perfectamente que sonó el teléfono en mi casa, y era un funcionario. Me dijo que tras revisar un poema del poeta Luis García Angulo, incluido en nuestro último borrador, habían decidido suprimirlo. Personalmente, no daba crédito a lo que estaba escuchando: se trataba de un poema anti militarista, relativo a un niño que garabateaba un dibujo de un general del ejército, y que llamaba a la reflexión. Sin duda alguna era uno de los poemas estrella del número que teníamos entre manos, doy fe de ello porque lo seleccioné personalmente, pero además de eso, el funcionario me dijo algo que nunca olvidaré, y que me pareció, si cabe, aún más sorprendente: «a partir de entonces, los textos de la revista deberían ser más alegres». Aquello me enojó hasta el punto en que pensé en abandonar el proyecto, aunque finalmente retiramos el poema y lo sustituimos por otro del mismo autor, para poder continuar editando la revista.

La segunda censura (al igual que la primera y asimismo la relativa al idioma) fue un mazazo terrible; no la esperaba en absoluto, y me sorprendió tanto o más que la anterior. Sin embargo, su efecto pasó más desapercibido entre Jorge y yo, teniendo en cuenta que no nos comunicábamos tanto como al principio; yo trabajaba duro en la empresa y en mis ratos libres continuaba desempeñando labores técnicas para la asociación; Jorge hacía lo propio, intentando sacar adelante sus propios proyectos, de modo que aunque nos relacionábamos menos, éramos muy eficaces porque existía una inercia, fruto de una dinámica de trabajo que conocíamos a la perfección. Todavía por aquel entonces corrían buenos tiempos para nuestra amistad; quedaba por llegar la temida crisis económica, el distanciamiento y el cese definitivo de nuestras actividades editoriales.




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Atentamente:
Rafael Moriel