Género: novela dramática. Nº páginas: 294. Formato: papel tapa blanda y ebook.
Sinopsis
Edurne es una sexagenaria que padece insomnio y agitación nocturna, lo cual afecta al día a día con su marido. Tras acudir al psiquiatra y ponerse en tratamiento, su trastorno evoluciona hasta la demencia. Paulatinamente, Edurne pierde sus facultades físicas y mentales, haciéndose dependiente. Su marido y sus cuatro hijos se vuelcan en cuidarla, sacando lo mejor y lo peor de cada cual.
«La demencia de mamá» es una novela dramática en torno a la demencia, que incapacita a su protagonista, deteriorando las relaciones familiares hasta destruirlas.
«La demencia de mamá» analiza las diferentes etapas por las que atraviesa una enfermedad compatible con la demencia por cuerpos de Lewy, la segunda demencia más habitual, después del Alzheimer. Y lo hace hasta las últimas consecuencias, y el fatal desenlace. Asimismo, es un manual de posibilidades y formas de abordar la enfermedad, así como de la posible mala praxis médica y otros errores posibles. Evolución, diferentes tratamientos, residencias geriátricas, etc.
«La demencia de mamá» es una cronología de lo acontecido y experimentado por los miembros de la familia Eguíluz frente a la enfermedad de Edurne, con sus diferentes puntos de vista y el correspondiente papel que cada cual juega, o le dejan jugar, dentro de la jerarquía familiar.
Una novela sobre la demencia, que refleja fielmente a quien la padece, así como a las personas que le rodean. Una narración objetiva e interesante, en la que cada fase de la enfermedad, cada punto de vista, cada tratamiento médico y cada posibilidad, quedan reflejados.
A veces pienso en «mi mejor amigo» con cierto pesar, y me pregunto por qué ya no compartimos aquella próspera amistad.
A lo largo de mi vida, dejé de fomentar algunas amistades por decisión propia, sin duelo alguno. Sin embargo, y en relación a la pérdida de quien considero fue «mi mejor amigo», estoy seguro de que no fui yo quien la propició, y tampoco lo esperaba en ningún caso. He pensado mucho acerca de ello, atravesando diferentes etapas, algunas de ellas incluyendo a ciertos demonios. Finalmente, he logrado extraer algunas conclusiones que me han ayudado a madurar como adulto, poniendo fin a todas mis inquietudes:
Mi amigo y yo somos incompatibles, de veras que sí; de hecho, ya no es mi amigo, porque ni siquiera hablamos hace años, y no hay NADA que me una a él. Por mucho que me empeñase en negarlo, es la verdad. El resto... sólo conforma un sentimiento de tristeza y anhelo:
Nos llevaríamos fatal. Estando juntos, yo no podría ser yo, y viceversa. JAMÁS. Estaríamos continuamente poniéndonos en entredicho, porque ya no somos quienes fuimos. Fomentamos una excelente amistad durante décadas, pero todo aquello pasó, y pertenece al pasado, y al mundo de los recuerdos. Ni siquiera estamos en el mismo nivel de consciencia, y no soportaríamos los roles que interpretábamos antaño... Nuestros intereses son distintos, nuestras apreciaciones otras. No tenemos nada en común y todo apunta a que, tras más de una década sin comunicarnos, somos dos perfectos desconocidos.
De nada sirve añorar el pasado, o aguardar a que algo cambie. Refugiarme en el ayer no ayuda, y significa que puedo estar triste en un momento dado. «Un tiempo extraviado, en un sueño imposible».
Me ha llevado años aclararlo...
El saber no ocupa lugar, aunque sí ocupa mucho tiempo. Le deseo lo mejor a «mi mejor amigo», agradeciéndole su amistad y sintiéndome orgulloso de haber sido su referente durante tanto tiempo.
Si hay un lugar de mi ciudad que me ilusionó de manera especial, ése era Carrión Música, con su escaparate de guitarras y otros instrumentos musicales, en la calle Manuel Iradier número veinte, a la altura de la Plaza Amárica.
Carrión Música fundada en 1880
La legendaria tienda de música, fundada por Cosme Carrión en 1880 y que mantuvo sus puertas abiertas durante 138 años, fue regentada por cinco generaciones de la misma familia, que imprimieron a la ciudad de Vitoria-Gasteiz una nota de música y alegría, y un compás de ilusión.
Mi historia con Carrión se remonta hasta la adolescencia: mi padre tenía un bar, y era durante el mes de agosto, en las fiestas de Vitoria-Gasteiz, que trabajábamos agotadoramente hasta el final de las mismas, cuando mi padre cerraba el bar por vacaciones. Todos los años aguardaba durante los días posteriores, con gran ilusión, la apertura de la tienda de instrumentos Carrión Música, que solía abrir sus puertas tras la festividad del quince de agosto. Acudía muy ilusionado, con el dinero que mi padre me daba por colaborar en su bar durante las fiestas, dispuesto a invertirlo en una de mis grandes pasiones: la música.
El día 16 de agosto allí estaba yo... en ocasiones nada más abrir la tienda. Con algo de dinero en el bolsillo, dispuesto a hacerme con una guitarra eléctrica o una acústica, un amplificador, una pedalera de efectos, un cuatro pistas... ideas no faltaban; pedales y atuendos, un micrófono... Recuerdo haber pasado una mañana y una tarde enteras, probando instrumentos. Al final siempre compraba algo de aquella magnífica sala aterciopelada, repleta de instrumentos colgados en las paredes.
Doy fe de que Carrión música era lo más. Cualquier músico o afinionado de mi época, lo sabe. Sus dueños llegaron a afirmar que era la mejor tienda de música de España; lo ignoro, pero en cualquier caso doy fe de que, para mí, era y será por siempre, el mejor escaparate de Vitoria-Gasteiz, con muchísima diferencia; algo que probablemente no podrá ser repetido, ni superado.
Carrión Música mítica tienda de instrumentos musicales de Vitoria-Gasteiz
Añoro muchísimo los tiempos de Carrión Música, y desearía que todo volviera a ser como antaño: con una elegante puerta de madera, las guitarras en el escaparate y una sala de terciopelo al fondo... con todas aquellas personas que formaron parte de mi vida, cuanto todo estaba por suceder.
La última foto de Carrión Música, en recuerdo de aquellos maravillosos días
Nota: el presente post se complementa con el contenido en el siguiente enlace «¿Qué fue de Baby Jane».
Ficha Técnica
«Feud: Bette and Joan», miniserie de Ryan Murphy
Título original: Feud: Bette and Joan Dirección: Ryan Murphy (Creador), Ryan Murphy, Gwyneth Horder-Payton, Helen Hunt, Liza Johnson, Tim Minear Guión: Jaffe Cohen, Michael Zam, Tim Minear, Ryan Murphy Música: Mac Quayle Fotografía:Nelson Cragg País: Estados Unidos Año: 2017 Duración: 60 min. / 8 capítulos Género: Serie de TV. Drama | Cine dentro del cine. Biográfico. Años 60. Miniserie de TV Reparto: Jessica Lange, Susan Sarandon, Judy Davis, Jackie Hoffman, Alfred Molina, Stanley Tucci, Alison Wright, Catherine Zeta-Jones, Kathy Bates, Kiernan Shipka, Dominic Burgess, Reed Diamond, Joel Kelley Dauten, Molly Price, Ken Lerner Compañías:Fox 21 Television Studios, Plan B Entertainment, Ryan Murphy Productions. Emitida por: FX Network
Sinopsis
«FEUD» es una miniserie para TV realizada en 2017, cuya primera temporada consta de ocho episodios. Bajo el subtítulo «Bette and Joan», explora la enemistad entre las actrices Joan Crawford y Bette Davis, centrándose en su relación a partir de 1962, cuando rodaron la mítica «¿Que fue de Baby Jane?», en una apuesta por realzar sus carreras artísticas.
Pero su enemistad ya venía de atrás, cuando Joan Crawford le quitó un novio a Bette Davis en los años treinta, con el que se desposó. Se odiaban aunque, en realidad, tenían mucho en común: ambas fueron divas de la Metro Goldwyn Mayer y de la Warner Bros., respectivamente; eran alcohólicas y tras permanecer en la cima del éxito, habían pasado al olvido. Y ambas criaron hijas que se volvieron contra ellas, acusándolas de maltrato.
Fue Joan Crawford quien planteó la idea de «¿Que fue de Baby Jane?», proponiendo a Bette Davis para el papel de Jane. En un principio se esforzó por llevarse bien con ella, tal como solía hacer con sus compañeros de rodaje. Pero terminada la película y tras su gran éxito de taquilla, tan sólo Bette Davis fue nominada al Óscar, lo que desató la envidia de Joan Crawford, que manipuló al jurado para evitar que le dieran la estatuilla, y tuvo la osadía de recoger el Óscar para la ganadora final, la actriz Anne Bancroft. A partir de entonces, ambas frecuentaron un maquiavélico juego de orgullo y envidia, odio y manipulación.
El rodaje de «¿Que fue de Baby Jane?» estuvo plagado de despropósitos, bien reflejados en la serie: Crawford se cargó de pesas cuando Davis tuvo que levantarla a pulso, y debido a sus problemas de espalda, se vio obligada a ausentarse del rodaje. Por su parte, Davis se resarció propasándose al golpear a Crawford en una escena. Y así todo el rato...
En 1964 volvieron a encontrarse durante el rodaje de «Canción de cuna para un cadáver», aunque Joan Crawford fue sustituida por Olivia de Havilland, debido al boicot que llevó a cabo contra la producción de la película, del que se arrepentiría posteriormente.
Susan Sarandon y Jessica Lange magistrales, en una exquisita serie como pocas.
«FEUD: Bette and Joan» es una obra maestra. Exquisita en su reparto, escenarios y ambientación, os mantendrá en vilo a lo largo de ocho capítulos que muestran la voraz competencia entre dos grandes divas, con sus luces y sombras. Está realizada con mucho mimo, en selectos ambientes que recrean los años sesenta. Una actuación magistral de Susan Sarandon y Jessica Lange, a la altura de las divas que representan.
Si quieres sentir la fuerte enemistad y el odio entre dos rivales fuertes dispuestas a todo, no dejes de ver esta magnífica serie, ¡no te la pierdas!
Nota: el presente post se complementa con el contenido en el siguiente enlace «¿Qué fue de Baby Jane».
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Ficha Técnica
¿Qué fue de Baby Jane?, de Robert Aldrich
Título original: ¿Qué fue de Baby Jane? (What Ever Happened to Baby Jane?) Dirección: Robert Aldrich Guión: Lukas Heller. Novela: Henry Farrell Música: Frank De Vol Fotografía: Ernest Haller (B&W) País: Estados Unidos Año: 1962 Duración: 133 min. Género: Drama | Drama psicológico. Vejez / Madurez. Discapacidad. Familia Reparto: Bette Davis, Joan Crawford, Victor Buono, Marjorie Bennett, Maidie Norman, Anna Lee , B. D. Merril, Dave Willock, Anne Barton, Wesley Addy, Bert Freed, Robert O. Cornthwaite Compañías: Warner Bros
Sinopsis
Las hermanas Jane y Blanche Hudson son dos ex actrices «solteronas», en paro. Mantienen una tóxica relación en la que la envidia y los celos han marcado sus vidas desde la infancia, cuando Jane era una exitosa niña prodigio del «show business» y Blanche quedó relegada a un segundo plano... hasta que las tornas cambiaron, y Jane se vio eclipsada por el éxito de su hermana Blanche, que en la cima de su carrera como actriz se ve abocada a una silla de ruedas, tras sufrir un trágico accidente que trunca la carrera artística de ambas hermanas.
Hastiada de cuidar de su hermana Blanche y sin otro propósito en la vida, Jane planea su regreso a la interpretación. Emocionalmente está desequilibrada, debido a su alcoholismo y al sentimiento de culpa que siente tras el accidente de Blanche, que es víctima de su maltrato físico y psicológico. Pero Blanche tampoco es lo que parece a primera vista, manteniendo un oscuro secreto y un trasfondo de engaño y manipulación.
«¿Que fue de Baby Jane?» es quizá la película más famosa de Robert Aldrich, que enfrentó a dos monstruos de la interpretación como Joan Crawford y Bette Davis. Aldrich lo intentó de nuevo un par de años más tarde, contando con Bette Davis y sustituyendo a Joan Crawford por Olivia de Havilland, tras una larga serie de trabas y despropósitos ideados por Joan Crawford para no participar en la película, de los que posteriormente se arrepentiría. El resultado fue mucho menos logrado, bajo el título «Canción de cuna para un cadáver».
Bette Davis y Joan Crawford magistrales: Dos divas enfrentadas en una interpretación sublime.
Personalmente, «¿Que fue de Baby Jane?» me parece una obra maestra del drama, y del terror. Basada en una obra literaria escrita por Henry Farrell, supone un pulso entre el orgullo y la envidia.
Una película terrorífica sin sangre, sin armas, sin necesidad de ruidos que estremezcan al espectador; sin sobreactuaciones absurdas. Una interpretación magistral de dos divas enfrentadas en la gran pantalla, y en la vida real. Una obra magistral con un guión sin precedentes.
Nota: el presente post se complementa con el contenido en el siguiente enlace «FEUD: Bette and Joan».
Sin duda alguna, las vacaciones conforman uno de los momentos más ansiados del año, precisamente cuando nuestros empleos y quehaceres diarios nos asfixian, y nos vemos en la necesidad de desconectar y recargar energías para regresar al día a día con nuevas ilusiones y expectativas.
Las vacaciones, motivo de alegría y libertad
Las vacaciones son la cura idónea para la rutina aplastante, que en no pocos casos cercena nuestro sentimiento de libertad. Para aliviar la fatiga y el estrés, es necesaria una desconexión física y mental de nuestros horarios y deberes cotidianos.
Disfrutad de las necesarias vacaciones
Durante las vacaciones, es posible desconectar de la vorágine, pero incluso a pesar de ello, hay quienes no las desean en absoluto, porque están tan arraigados a sus hábitos que cuando se detienen y el «ruido» cesa, padecen ansiedad e incluso se deprimen.
En cualquier caso y a mi modo de ver, uno de los momentos clave de las vacaciones es precisamente el regreso de las mismas, que a fin de cuentas es una parte indispensable en la consecución del logro deseado. Aunque pensemos que las horas empleadas durante nuestro regreso y la posterior habituación a la realidad son tiempo perdido, en realidad son tan importantes como el disfrute y la desconexión durante nuestros viajes.
Pocas cosas inspiran más que viajar
¿Al regreso de las vacaciones, a menudo tenéis la sensación de que vuestra casa es hermosa y acogedora? ¿Acaso como si la echáseis de menos, e incluso os parece un lugar entrañable?
¿Teneís ganas de regresar cuando se alargan las vacaciones y pensáis que, en cierto modo, necesitáis algo de rutina y orden para seguir adelante? Probablemente experimentéis algunas sensaciones similares.
El regreso de las vacaciones conforma un momento álgido, pues supone la reconciliación con la vida y el día a día. Un instante de reflexión; porque la rutina es necesaria, a pesar de todo.
Disfrutad, cuidaos mucho y cuidad a los vuestros. A fin de cuentas, todos deseamos un mundo mejor
El regreso de las vacaciones es consciencia pura, aunque pase desapercibida. Una etapa vital.
Recuerdo haber leído unas declaraciones de Julian Lennon tachando a su padre de hipócrita, entre otras cosas. Los juicios y reproches así son habituales de hijos a padres, mayormente con vidas tormentosas, y también las hemos conocido en el caso de otros grandes creadores como Bob Marley, a quien se tachó de machista, violento y maltratador.
El artista no es un ser perfecto.
Personalmente, no lo pongo en duda. Lamento que unas tóxicas relaciones parentales marcasen la vida de sus hijos, condenándolos a la vulnerabilidad. Pero no hace falta ser artista para ser un pésimo padre. El objetivo de este post no es juzgar a las personas que los artistas fueron, sino poner de manifiesto que un artista no es, en ningún caso, UN SER PERFECTO.
Un artista no es perfecto, ni tiene por qué serlo. Sólo es un ser humano, imperfecto y frágil como otro cualquiera, en ocasiones cegado por su ego. Es probable que jamás sea el mejor ejemplo a seguir. Un artista es un creador; sus ideales, su vida íntima, sus posibles adicciones, sus juicios y tendencias de cualquier índole, etc., conforman unos determinados marcadores para juzgarlo bajo un prisma concreto.
¡Qué más da cómo fuesen sus vidas! Bastante tenemos con vivir las nuestras en un mundo loco, donde todo tiene un precio, dirigido y gobernado por las desigualdades y la sinrazón. Criad a vuestros hijos lo mejor que podáis... Disfrutando de las canciones, los libros, las películas, los lienzos, etc. Su legado artístico, inspirador y visionario.
Título original: El viaje de Harold (The Unlikely Pilgrimage of Harold Fry) Dirección: Hettie Macdonald Guión: Rachel Joyce. Libro: Rachel Joyce Música: Ilan Eshkeri Fotografía: Kate McCullough País: Estados Unidos Año: 2023 Duración: 108 min. Género: Drama | Road Movie. Vejez / Madurez Reparto: Jim Broadbent, Penelope Wilton, Linda Bassett Compañías: Essential Cinema, Free Range Films, Ingenious Media, Rose Pine Productions
Sinopsis
Harold (Jim Broadbent) está jubilado y lleva una vida aburrida e insulsa. Los días acontecen junto a su mujer, con quien apenas se comunica, realizando rituales relacionados con las labores del hogar.
Una mañana, recibe una carta de una antigua compañera de trabajo, de la que no tiene noticias hace más de veinte años. En su misiva, Queenie le informa de que tiene cáncer y se despide de él, deseándole lo mejor. Harold escribe unas líneas que apenas conforman un breve cumplido. Sin embargo, y cuando se dispone a echar la carta en el buzón de correos, mantiene una inspiradora conversación con una joven... y decide, en ese mismo momento y con lo puesto, caminar hasta el norte del Reino Unido, a unos 800 km de distancia, con el empeño de visitar a su moribunda amiga en el hospicio, donde se encuentra sola y sin ayuda.
«El viaje de Harold» removerá tu conciencia. Su protagonista se desprende de todo aquello que lleva encima: viaja sin móvil ni tarjeta de crédito, sin carné de conducir. Camina por las carreteras y duerme en el campo. En su peregrinaje se cruza con diversos personajes, a quienes cuenta su objetivo, algunos de los cuales le acompañan temporalmente. Pronto, su hazaña inunda los noticiarios nacionales; pero los fenómenos sociales amenazan tergiversar su propósito, por lo que Harold vuelve a caminar solo, alejado del «grupo».
Una película entrañable. Un protagonista que se enfrenta a todos los fantasmas del pasado, que no son pocos. Una redención, una penitencia, el renacer de una vida que no tenía sentido, y el reencuentro con su pareja. Una película necesaria en estos tiempos "modernos", en los que los malos guiones abundan.
Lejos del esplendor y el ruido que acompaña los últimos días de diciembre, con su final de ciclo y sus luces como preámbulo de un año nuevo que resuelva nuestros pesares y anhelos, el mes de septiembre podría ser el comienzo de todo: el fin del verano, el regreso al trabajo, el inicio del curso y la posibilidad de emprender actividades y proyectos que se quedaron en el tintero. La ilusión de doce meses por delante...
Por todo ello, algunos consideramos que el año comienza con el fin de agosto, junto a esas tentadoras colecciones de fascículos que anuncian por televisión.
Agosto es el periodo estival para el descanso y la desconexión. Pero no sólo eso, un intervalo de tiempo en el que casi todo se detiene, aunque el grueso de nuestras vidas se forje en el día a día de los once meses restantes, en los que somos esclavos de un acuerdo contractual que ocupa nuestras vidas. A menudo ocurre que, durante las vacaciones de verano o después de éstas, caemos en la cuenta de lo que todo esto supone y significa: ¿cuánto nos dejamos de nosotros mismos en el día a día? ¿Qué desearíamos hacer en realidad? ¿Somos felices? ¿Hasta qué punto se han cumplido nuestros deseos?
Echar el freno en vacaciones puede abrir nuestras mentes. Las vacaciones deberían resultar sanadoras en todo caso, pero en no pocas ocasiones destapan algo que permanecía oculto entre la vorágine, provocando una crisis o un sindrome post vacacional. Y eso dice mucho al respecto de agosto y septiembre, como la posibilidad de un antes y un después.
Por todo ello haced los planes cuanto antes. Coged lápiz y papel y reflexionad sobre lo que estáis haciendo, y a dónde queréis llegar. No perdáis tiempo, que la vida es corta.
Ante todo, expresar mi profundo pesar por el fallecimiento de la popular artista irlandesa, Sinéad O´Connor.
Con la certeza de que necesitamos artistas de su talento y fuerza, me vienen a la mente multitud de datos que la marcaron: una familia desestructurada con maltrato infantil, un enorme talento artístico con una fuerza interpretativa y un estilo inusuales, su individualismo e hipersensibilidad emocional, y también su rebeldía y su obsesión religiosa... Cabría preguntarse si su atrevido comportamiento al romper una foto de Juan Pablo II ante las cámaras de televisión inició su mala racha, que quizá la condujo a un fatal desenlace, aunque es más probable que todo sea debido a un cúmulo de circunstancias, y a una mala gestión emocional de la fama.
Al hilo de lo dicho, la hipocresía reina a nuestro alrededor. Pero no sólo eso: decir la verdad puede hacer añicos nuestro entorno. Es necesario ser muy fuerte y sopesar las consecuencias antes de enfrentarse al mundo, sabiendo que, a fin de cuentas, no podemos cambiarlo. Sinéad O´Connor era consciente de su verdad cuando rompió aquella fotografía. Después quizá vino el «más vale sola que mal acompañada», «créate fama y échate a dormir», «a perro flaco todo son pulgas», las crisis y los problemas de salud mental.
¡Tened cuidado! La certeza no es una garantía de éxito. Vivamos desde lo auténtico, pero sin destacar.
El mismo talento y la sensibilidad que encumbraron a Sinéad O´Connor, propiciaron su descenso al infierno. Tan sólo eso podría explicar lo ocurrido. Pero también es cierto que nuestra sociedad castiga la hipersensibilidad, y una vez más se cumple aquello de «la fama mata», especialmente con determinados caracteres y sensibilidades.
Contrariamente a lo que cabría esperar, estar en lo cierto puede dejarnos solos. La experiencia lo demuestra.
El siguiente cartel y las fotografías que lo acompañan pertenecen a un par de conciertos acústicos y una presentación literaria que llevé a cabo en mayo y junio de 2022. En dichos conciertos rendí tributo a Enrique Urquijo y Los Secretos, así como a algunas otras bandas y cantantes como Neil Young, Pink Floyd, Fito & Fitipaldis, etc., aprovechando para presentar mis libros y firmar ejemplares.
Muchas gracias a Sonsoles, Aurelio, Aurora, Gema, Roberto, Ángel, Raúl, Maribel, , etc., y a todo el público asistente. Una magnífica experiencia, que me ha permitido conocer gente y hacer amigos, algunos de ellos enriquistas.
Las dos caras de Dexter Morgan: La voz en off, y el eficaz agente de la policía científica
Dexter Morgan, el tranquilo y tenaz ex policía de la científica interpretado por Michael Carlisle Hall, nos ha dejado para siempre. Tras ocho temporadas completas de la serie «Dexter» que finalizaron en 2013, y una temporada adicional bajo la denominación «Dexter: New Blood» fechada en 2021, el final de este curioso personaje, que hablaba con los muertos en sus alucinaciones y cuyas voces en off revelaban sus verdaderas intenciones más allá de la apariencia... no podría estar más cerca de la reflexión.
Refugiado bajo la identidad de Jim Lindsay, se gana la vida como vendedor en la armería de una ciudad ficticia al norte del estado de Nueva York, llamada Iron Lake. Un entorno opuesto al cálido Miami de sus inicios. Dexter Morgan ha cesado su actividad criminal y desde hace más de una década pasa desapercibido, siendo el novio de la jefa de policía del condado. Entretanto Hannah McKay, quien fuera su novia y quedase al cuidado de su hijo Harrison, ha fallecido sin que él lo sepa. Tras una incesante búsqueda, Harrison logra dar con él, entrando a formar parte de su vida a lo largo de última temporada de la serie, donde la nieve y el hielo sustituyen al sol de Miami.
Como no podía ser de otro modo, el observador y sagaz Dexter se percata enseguida de que el «oscuro pasajero» habita en su vástago quinceañero, y decide hacer algo que jamás había hecho: contarle su secreto y hacerle partícipe, a través de la revelación del código que su padre Harry le enseñó para canalizar su ansia, y sobrevivir como un psicópata asesino.
Dexter y Debra Morgan
Pero Harrison no está preparado: es demasiado joven e insolente; incluso siendo consciente de ello, Dexter le confiesa su secreto y se ofrece como maestro para que su hijo pueda sobrevivir con su ansia, tal como hiciera su padre adoptivo Harry, cuando él era un adolescente.
La sabia experiencia de nuestro «día a día» demuestra que, por desgracia, resulta imposible ayudar a quien no pide ayuda, y en muchas ocasiones no conlleva un final resuelto y feliz, especialmente cuando los niveles de consciencia del ayudador y el ayudado son tan diferentes, como ocurre con Dexter y Harrison. ¡He ahí el quid de la cuestión!
Con la novena temporada, la historia de Dexter Morgan concluye ante una sublime muestra de amor a la que se entrega de un modo apacible y consciente, cediendo el control a su descendiente, aun a sabiendas de que es demasiado joven e inexperto como para comprender la realidad y el futuro que le aguarda.
Toda una prueba de amor... Dos estados de consciencia muy diferentes
Un final sublime para el asesino que conectó con el público y logró su empatía. Y un magnífico ejemplo de diferencia en los estados de consciencia (en este caso debido a la edad) entre un "ayudador" y un "ayudado", como perfecto ejemplo de una prueba de amor. Me quito el sombrero ante un guión tan inspirado y bien concebido.
Fumaba en la terraza y ya era de noche. Había estado todo el día estudiando para los exámenes y me apeteció echar un cigarrillo al aire libre. Entonces y entre la oscuridad, un aleteo llamó mi atención. Se trataba de algo pequeño y rápido que revoloteaba, procedente de algunos pisos más arriba.
Quedé inmóvil al comprobar que se trataba de un pajarillo, de color blanco a primera vista. Su revoloteo cesó al posarse en el saliente de la terraza, más allá de la barandilla. Me moví tan lentamente como pude, acercándome. Me miraba. Entonces abrí mis manos, y lo atrapé. Esperaba que hubiese echado a volar, o al menos que se resistiera al atraparlo. Pero no fue así. Pude sentir su caliente cuerpecillo como algo sensible y delicado entre mis manos.
Entré en la cocina y me puse manos a la obra. No tenía jaula. Estuve discurriendo cómo improvisar algo, y allí estaba la cesta de las patatas, metálica y enrejada. Mantuve al pájaro atrapado con una mano y volqué la cesta con las patatas, propinándole un par de golpes para desprender la suciedad, depositándola invertida sobre el suelo: cuatro paredes y un techo, con barrotes y todo. Sin embargo, aquel pajarillo, un hermoso canario, elegante y alargado, era demasiado delgado en comparación con el espacio libre entre los barrotes.
Corrí hasta el salón. En el primer cajón del mueble chino siempre estuvo la caja de puros que mi tío Domingo, el marinero, nos trajo de uno de sus viajes. La abrí con una mano y volteé los puros, introduciendo al pajarillo. Regresé a la cocina y recubrí toda la cesta con papel de periódico agujereado. Me hice con un par de tapas de botes de conserva y las introduje, con agua y migas de pan, bajo la cesta empapelada. La jaula estaba lista y la cena servida. Sólo faltaba el canario.
Abrí la caja de los puros, introduciendo mi mano en ella. Ni se movió. Arrinconado, se había cagado y me observaba, con los ojos abiertos todo lo más que podía. Sentí compasión de él. Tapé con mi mano la boca de la caja, dejando entre mis dedos el espacio suficiente para observarlo con detalle. Los pájaros son muy rápidos y aunque buscara un hueco por el que escapar, no le daría esa oportunidad. Nos observamos largo rato. Su plumaje era de un hermoso amarillo claro, tornando grisáceo y blanquecino en los extremos de sus alas.
Lo atrapé sin que opusiera resistencia. Levanté la cesta y lo introduje por debajo de ésta, depositándolo sobre el suelo. Cené en la cocina, a su lado. No hizo el más mínimo ruido.
Fregué mi plato y cerré los libros. Acostumbraba a guardarlos uno o dos días antes del examen, y decidí no preocuparme más por los detalles de las lecciones. El trabajo ya estaba hecho y otro día de estudio sólo aumentaría mi inseguridad. Ahora tenía un pasatiempo para olvidar mis exámenes.
Me arrodillé y levanté suavemente la cesta. Permanecía inmóvil, mirándome. Introduje mi mano. Se dejó atrapar. Lo extraje con delicadeza, sintiendo los pálpitos de su corazón. Tenía los ojos enrojecidos y permanecía con su pico abierto, jadeando. Entonces me di cuenta de que la tinta de los papeles de periódico le irritaba. Parecía muy asustado y se había cagado varias veces.
Lo deposité en el suelo. La cocina no tenía demasiados escondrijos y dejarlo libre en aquellas condiciones no parecía arriesgado; estaba asustado y abatido y supuse que no volaría. Lo toqué con el dedo, empujándolo varias veces para comprobar su reacción. Ni se movió. Sólo jadeaba y observaba.
Arranqué todo el papel de la cesta, descartándola. Lo introduje en la caja de los puros. Unas cuantas cagadas más no importaban. Me fui a la cama.
Al día siguiente, a las diez de la mañana, ya tenía una jaula y dos cajas de alpiste. Cogí el taladro e instalé dos escarpias en la terraza. Colgué la jaula, con su canario dentro, y me pareció que se sentía alegre en su nuevo hogar. Saltaba de un palo a otro, se bajó a comer y a beber y di por seguro que a partir de entonces permanecería conmigo.
A eso del mediodía, sonó el timbre. Era un vecino que me preguntó sobre un pájaro que se le había escapado. Le dije que no sabía nada al respecto. Cerré la puerta y sonreí.
Mi examen no pudo ir mejor. De regreso a casa, lo primero que hice fue saludar a Pelucho. Mis regresos de las clases eran mucho más esperanzadores, con aquella mascota esperándome.
Cada mañana, antes de las clases, colgaba su jaula en la terraza. A mi regreso, en la tarde noche, la descolgaba y la metía en la cocina, junto al radiador. Entonces recogía su cabeza entre las plumas y dormía apoyado sobre una pata. Limpiaba su jaula a diario y rellenaba sus recipientes con agua y alpiste. Pero Pelucho no cantaba.
Solía sacarlo de la jaula para jugar con él. Sin embargo, apenas se movía y no piaba; ni siquiera hacía intentos por retomar el vuelo. Al principio imaginé que era debido a su nueva situación, pero con el paso del tiempo terminé por asimilarlo.
A mediados del otoño observé que Pelucho se deterioraba. Poco tenía que ver con aquel hermoso ejemplar que una noche de verano volara hasta mi terraza. Sus plumas estaban desordenadas y sucias y su cola recortada. Se había quedado completamente calvo y el veterinario me recetó unas gotas que mezclaba con el agua. Me dijo que debía alejarlo del radiador, y que no cantaba porque era hembra. Pelucho no cantaría jamás, y ni siquiera su nombre parecía apropiado.
A pesar de mis cuidados y de toda la atención prestada, Pelucha continuaba perdiendo plumaje. Pronto se transformó en un minúsculo pedazo de carne pálida con multitud de puntos negros y dos ojos enormes. Su vientre se hinchó y un prominente edema deformó su aparato genital, transformándolo en un anillo enrojecido y sanguinolento.
No sabía muy bien qué hacer con ella. Me había decepcionado, sin duda, y yo a ella. Supuse que moriría pronto, ya que parecía muy enferma, y comencé a descuidarla. Debía quedarle poco tiempo, y aunque no quería contagiarme de su infección, continué alimentándola con el alpiste y la lechuga, mezclando las gotas que me recetó el veterinario con el agua… hasta que dejé de hacerlo.
Transcurrieron varias semanas y mi canario tenía peor aspecto. A pesar de todas aquellas enfermedades, una extraña fuerza la mantenía con vida. Parecía en las últimas, sólo era cuestión de tiempo.
Pelucha era muy sucia. Las hojas de lechuga que picoteaba se iban secando y mezclándose con las cáscaras del alpiste y las heces, que se le adherían en las uñas de las patas, conformando unas endurecidas costras que resonaban cuando saltaba de un palo a otro de la jaula. Un día me percaté de que le faltaba un dedo. Supuse que una de esas costras se le habría enredado entre los barrotes. Pero Pelucha no hablaba. Tampoco cantaba.
Comencé a olvidarme de rellenar sus recipientes de comida, quizá a propósito. Cada mañana le colgaba entre los barrotes un par de hojas de lechuga. Le gustaba la lechuga, y así no tenía que limpiar ni tocar los recipientes, ni siquiera la jaula. A pesar de que jamás hubiese cantado ni alzado el vuelo, a pesar de haberse transformado en un cuerpo infecto y agónico cuyo inminente desenlace ansiaba, la alimentaba cada día.
El nivel de los residuos crecía. Las cáscaras de alpiste, la lechuga y las heces conformaban una sólida estructura. Hacía meses que no metía la jaula en la cocina por las noches y sobrepasaba los dos kilos de peso. Pelucha había perdido todo su plumaje y sólo acercarme a su jaula me producía náuseas.
Me sentía decepcionado. Había hecho de mi ilusión un fracaso, y no contenta con ello había transformado mi terraza en un basurero. El nivel de estiércol alcanzaba la mitad de la jaula, pero ella continuaba en su afán por ensuciar, con tal de fastidiarme. Estaba pelada y esquelética, con la totalidad de su piel recubierta por puntos negros apostillados, con el vientre inflamado y brillante, las uñas de sus patas retorcidas y cubiertas de heces endurecidas, a causa de las cuales había perdido varios dedos. Pero se negaba a sucumbir. Pelucha sólo pensaba en sí misma.
Una infección prosperó en sus ojos. Se le hincharon tanto, que parecían dos pelotas amoratadas. Más tarde, perdió la visión de un ojo como resultado de la misma. Su pupila era blanca y cuando se ponía de perfil, el del ojo ciego, me divertía moviendo mi mano, acercándola y alejándola con rapidez. ¡Ni se enteraba! Repetía lo mismo por su lado bueno y se recogía asustada. ¡Pelucha estaba viva! La despreciaba con todas mis fuerzas. Mi bello canario era un monstruo.
Una mañana dejé abierta la puerta de su jaula. Por la noche continuaba allí. Pelucha no parecía dispuesta a ponérmelo fácil. Pretendía martirizarme y haría lo que fuese con tal de lograrlo.
El volumen de estiércol aumentaba, a pesar de escaparse por la puerta de la jaula. Pero llegó un momento en el que hizo techo. Pelucha se buscó un rincón y desde entonces permaneció contra los barrotes, aplastada por sus propios residuos, en el frontal de la jaula. Ya no era más que un pellejo arrugado y retorcido, apenas reconocible, aunque su pico y el vientre por el que expulsaba las heces, todavía eran visibles entre los barrotes.
A menudo pensaba sobre aquel pájaro. Sabía que aquello no duraría mucho. En cualquier momento la encontraría rígida y todo terminaría. Esperaba aquel momento con impaciencia.
Transcurrían los días, las semanas y los meses... Pelucha seguía comiendo la lechuga que yo le colgaba. Deseaba su muerte. Sin embargo, cada mañana su corazón latía entre los barrotes. Me atormentaba la idea de que Pelucha pretendiera sobrevivirme.
Una fría mañana la encontré muerta. Su corazón, hinchado y amoratado, había dejado de latir.
Abrí una bolsa de basura e introduje la jaula con Pelucha en su interior. Pesaba varios kilos.
—Asunto concluido —suspiré.
«Accidente en la fábrica de chorizos», un libro de Rafael Moriel
«Mi bello canario» es un relato perteneciente al libro de relatos "Accidente en la Fábrica de Chorizos", escrito por Rafael Moriel y disponible en papel de tapa blanda y ebook.