domingo, 3 de noviembre de 2019

LA BOTICA, Revista Literaria-3 (Evolución)







Nota: el presente post es una continuación del post publicado anteriormente, que lleva por título «La Botica, Revista Literaria-2 (Asociación Cultural)».



Durante los doce años que presidí la asociación cultural «La Botica», alrededor de la cual editábamos la revista, me dediqué a conformar y maquetar la publicación, elaborando los proyectos que presentábamos a las instituciones, patrocinadores, etc., organizando numerosos recitales literarios junto a mi compañero Jorge Girbau Bustos, en los que participaban los propios escritores, así como músicos y otros artistas.

Personalmente, durante los primeros años mantuve un intenso contacto social, e incluso frecuentaba los festivales, etc., así como las presentaciones de otros artistas vitorianos. Sin embargo, poco a poco dejé de hacerlo. En el año 2002 me mudé a vivir al barrio de Lakuabizkarra, lo cual me aisló aún más.

Me gano la vida trabajando en la empresa privada, e incluso en ocasiones he frecuentado el horario a tres turnos. En aquella época, llegué a compaginar mi empleo en la empresa privada con la impartición de cursos de formación técnica para diferentes instituciones, a los que dediqué siete años de mi vida. Absorvido por la vorágine del día a día, dejé de frecuentar los ambientes artísticos y de relacionarme con otros artistas y escritores; simplemente no podía permitírmelo, por una cuestión de tiempo. Aun así invertía todo mi tiempo libre en labores técnicas y de organización de la asociación, incluyendo mis vacaciones y puentes festivos, etc. Sólo así era posible dar forma a las publicaciones y los proyectos que fuimos sacando adelante. Yo era una hormiguita que no cesaba de trabajar, en ocasiones acaso como un estoico masoquista en solitario.

Con el paso del tiempo y la experiencia acumulada, logramos dar forma a las sesenta y cuatro páginas que conformaban las diferentes secciones de «La Botica, revista literaria», de un modo magistral. Sucedió paulatinamente, culminándose en el momento en el que decidimos dedicar las dos páginas centrales al género del cómic, de la mano de Oskar Blanco, que editaba asimismo el fancine «Zócalo» en Bilbao.

Nuestros protocolos de funcionamiento interno eran siempre los mismos. Tras maquetar cada nuevo número, entregábamos un borrador a la imprenta, y ésta nos devolvía una copia impresa para validar. Sin embargo, a menudo había problemas, puesto que a pesar incluso de haber validado el ejemplar de prueba, las imágenes del interior de la revista se imprimían pixeladas, a pesar de entregarlas en formato digital de máxima resolución; otras veces aparecían cambiadas de sitio, incluso los colores de la portada o de la contraportada distaban de ser los originales, y eso fue motivo de grandes disgustos para algunos artistas plásticos. De cualquier forma, yo siempre acababa enfadado porque habían cambiado algo, y no lográbamos entender por qué razón. Mi compañero Jorge se lo tomaba con más calma, y finalmente terminábamos asumiendo que no podíamos hacer nada al respecto.

El reparto de los ejemplares lo realizábamos al cincuenta por ciento, entre Jorge y yo. Abarcábamos toda la ciudad y otras localidades colindantes. Entregábamos ejemplares a los colaboradores, tanto literarios como artísticos, e incluso los enviábamos fuera de la provincia de Álava si era necesario, utilizando el correo ordinario. Si los colaboradores de la revista se ofrecían a repartir ejemplares, les entregábamos unos 350, que eran los que cabían en una caja. Por otro lado, siempre mantuve correspondencia con aquellas personas que escribían a la redacción, y aunque me costara tiempo responderles, al final terminaba haciéndolo, incluso enviándoles ejemplares si lo solicitaban expresamente.

Los años fueron pasando. La revista tenía muy buena acogida y el índice de rotación era muy alto; su formato de reducidas dimensiones facilitaba, entre otras cosas, que los ejemplares permanecieran largo tiempo entre el material de lectura de cafeterías y otros locales públicos, rotando de mano en mano. Las páginas de la revista eran leídas a diario por mucha gente.

Distribuir 1750 ejemplares terminó por hacerse cuesta arriba, al menos para mí, teniendo en cuenta que llegaba a casa después de trabajar y debía realizar diferentes tareas, además de escribir mis propios textos. También preparaba las clases de los cursillos que impartía como profesor, además de cocinar y limpiar la casa, etc. Recuerdo perfectamente que en ocasiones me presentaba en los lugares de entrega con los ejemplares, y la persona a quien se los entregaba no sabía quién era yo, e incluso me confundían con un repartidor. Sin embargo, el interés mostrado por la revista era tal, que cuando comprobaba lo mucho que se alegraban al recibirla, haciéndome saber que llevaban tiempo esperándola, era razón de sobra para continuar invirtiendo mi tiempo y mi esfuerzo; especialmente en el hospital, recuerdo cómo tenía muy buena acogida, y el propio personal se encargaba de repartir los 350 ó 700 ejemplares que yo les entregaba, entre las consultas, etc. Para mucha gente, nuestra revista era un referente inequívoco y uno de los más importantes valores culturales de la ciudad. Con eso me conformaba, y por ello continué desempeñando mis labores durante todos aquellos años; seleccionando, maquetando y dando forma a las diferentes secciones de la revista, organizando recitales literarios en los que a veces resultaba muy difícil, por no decir imposible, reunir a cuatro colaboradores a la misma hora en un lugar concreto.

La portada de la revista corría a cargo de un pintor, y la contraportada estaba reservada para un fotógrafo, ambas a color. Jorge mantuvo un contacto directo con la mayoría de artistas de la capital alavesa, y él fue quien consiguió la gran mayoría de portadas y contraportadas, todas ellas muy interesantes y acertadas. La página número uno siempre estaba conformada por una ilustración artística en blanco y negro, relaccionada con el significado del logo de «La Botica, revista literaria», y los huecos sin texto que quedaban libres entre las páginas se rellenaban con un monográfico de imágenes de un artista, o un colectivo. Mi idea de que la revista abriese las puertas a escritores desconocidos fue siempre una máxima; «La Botica, revista literaria» jamás fue un gueto cerrado de ego henchido. Las secciones iniciales como «Alternativas Literarias» evolucionaron desde meros consejos y la didáctica para escritores noveles, hacia el ensayo y la crítica artística de autor, siempre orientados hacia un enfoque literario y creativo. Cualquiera que lo deseara tenía derecho a publicar y recitar en público. «La Botica, revista literaria» incluía todos los géneros literarios; jamás ha existido una publicación tan abierta y libre en Vitoria-Gasteiz, que diera oportunidades a gente tan diferente, más de trescientos creadores en total.

Me siento orgulloso de haber representado los intereses de un proyecto tan interesante, junto a mi compañero Jorge. Durante mis encuentros con los políticos y otros líderes institucionales, aproveché cada ocasión para resaltar el modo en que llevábamos a cabo la distribución de los ejemplares, aduciendo que había muchos lectores a los que no lográbamos llegar, y justificándolo mediante los tickets de entrega en los que registrábamos el número de ejemplares entregados (normalmente eran diez o veinte en cada local) y el sello y la firma del local donde se efectuaba la entrega. Cuando acudía a las reuniones con los representantes de las instituciones patrocinadoras, yo siempre les salía por donde no se esperaban: no nos daban dinero, no hasta que pasaron 9 años, pero aproveché cada uno de aquellos encuentros, incluso en los momentos de mayor crisis, para solicitar un aumento de la tirada. De 500 ejemplares iniciales pasamos a 1000, 1500, 3000, hasta los 3500. Algunos incrementos fueron logrados en el peor momento de la historia de «La Botica, revista literaria», precisamente cuando fuimos censurados y una tirada de 3000 ejemplares fue destruida íntegramente, en un momento en el que estuvimos a punto de desaparecer, tras más de dos años censurados sin poder publicar. Desarrollaré en mi siguiente post el tema de las censuras a las que fuimos sometidos, aunque afortunadamente superamos aquel bache, y lo hicimos de un modo magistral, aumentando la tirada hasta los 3500 ejemplares.

En la literatura, el objetivo primordial no debe ser figurar en prensa o en televisión, etc. No se trata de ser importante, o de que te reconozcan por la calle, de alguna manera. Lo importante y lo más difícil es conseguir lectores, y ahí radica el verdadero objetivo. Con «La Botica, revista literaria» llegamos a lograrlo; por eso fue un gran éxito, por eso y no por otra cosa.




Si deseas conocer los detalles y pormenores de la historia de «La Botica, revista literaria», número a número, pincha aquí.



Atentamente:
Rafael Moriel