lunes, 18 de marzo de 2019

¿Lo tiene, o no lo tiene?



Mi compañero de clase


Cuando vi a mi antiguo compañero de EGB con su guitarra eléctrica sobre el escenario, tuve la certeza de que si había alguien que lo tenía realmente, era él: aquéllo a lo que los grandes bluesmen hacían referencia; aunque antaño no destacara precisamente por su modélico comportamiento y sus buenas calificaciones... había que estar muy ciego para no verlo: «TENÍA EL BLUES». Mientras era consciente de ello, apenas pude dejar de mirarle con envidia, moviéndose sobre el escenario con aquella actitud, poniendo voz a las letras que él mismo había compuesto, derrochando un blues sucio y distorsionado que punteaba en extensos solos.

Ha pasado algún tiempo desde entonces, pero el recuerdo de aquel concierto me ha servido de inspiración para escribir el presente post, que espero aclarar finalmente.

Entrando en el meollo del asunto, a veces me pregunto en qué se fija la gente para elegir a sus mascotas, y en concreto me estoy refiriendo a los perros. Al igual que ocurre con la mayoría de las cosas, supongo que obedecen a la moda reinante; actualmente se lleva mucho la raza Border Collie, que muchos incluso compran. Desde luego no es mi caso, y tampoco el de mi mujer, entre otras cosas porque ambos tenemos nuestro propio criterio, y es difícil que nos dejemos llevar. Llegados a este punto y para no andarme por las ramas, se hace necesario responder a la siguiente pregunta: ¿qué es lo que me llamó la atención de mi primera mascota? Supongo que ha pasado mucho tiempo desde entonces, cuando era un joven insolente sin un ápice de consciencia.

Nuestra perra se llama Marley. Al igual que Lola —mi mascota durante los últimos quince años—, es una hembra mestiza de tamaño pequeño. Nos la entregaron con el nombre puesto y, aunque en un principio pensamos cambiárselo, lo conserva. Recuerdo que mi mujer la vio en la web de una protectora animalista, y nos desplazamos hasta la localidad gipuzcoana de Urnieta, para conocerla.

Nuestra mascota, Marley
Enseguida comprobamos que era una perra muy alegre, de carácter social. Pero la muerte de Lola estaba demasiado reciente, y yo no estaba convencido de que fuera un buen momento para adoptar; sin embargo, durante nuestra visita ocurrió algo que me hizo cambiar de parecer: Marley estuvo jugando durante largo rato con otro perrito algo más pequeño que ella, mordiendo un juguete de goma. Ambos canes mantuvieron un tira y afloja constante, uno frente al otro. La observé en silencio, hasta que pude verlo con claridad: Marley mordía el juguete, tirando de él, pero lo hacía sin agresividad, aflojando cuando el otro perrito lo reclamaba; podría haberle vencido en cualquier momento, pero no lo hizo. Definitivamente, era sumisa. Pude apreciar un halo de energía magnífica y benévola, que logró convencerme. Al igual que mi antiguo compañero de EGB, lo tenía. Fuera lo que fuese, LO TENÍA.

Llegados a este punto, ahora sólo falta que también lo tenga yo: con mis seres queridos, con el mundo y con la literatura; conmigo mismo.

¿Lo tienes tú? ¿Qué tienes? A fin de cuentas todos tenemos algo.


Mi perrita Lola (RIP)


Atentamente:
Rafael Moriel

domingo, 10 de marzo de 2019

¿Hablar de Eneagrama?





Ayer participé, junto a la mayoría de mis viejos amigos, en una celebración de cumpleaños:

Quienes me conocen bien, saben que fomento el Eneagrama desde hace más de veinte años, e incluso he escrito un libro y diversos artículos en mi blog personal, acerca de ello. Sin embargo, hace ya mucho tiempo aprendí que, cuanto más se sabe de Eneagrama, menos necesidad hay de hablar de ello, especialmente entre gente que lo desconoce. El Eneagrama despierta el interés de la gente a mi alrededor, a veces incluso a modo de «chisme», aunque por desgracia acostumbran a consultarme en las circunstancias y ambientes menos propicios.

He mantenido y mantengo una relación directa con personas afines al Eneagrama, incluyendo a mis parejas sentimentales, e incluso conozco a muchos profesionales dedicados a su estudio y promoción; observándolos de cerca, uno puede darse cuenta de que, a pesar de todo, el Eneagrama no da la felicidad, si bien puede acercarnos a la consciencia. Normalmente son necesarios varios años para llegar a dominarlo, y llegados a este punto, destacaría la diferencia entre «saber» y «conocer», como una mera cuestión de tiempo.

Vivo el Eneagrama a diario, y en mi casa se habla de ello. No concibo mi existencia junto a alguien ajeno al mismo. Pero las conversaciones de celebraciones alrededor de una mesa, en las que habitualmente me consultan acerca del probable eneatipo de amigos y conocidos... carecen de sentido; incluso podrían conducir a graves prejuicios y malentendidos, o ensalzamientos de carácter necio. Se pueden cometer graves errores al frivolizar el Eneagrama, y conviene evitarlo a toda costa. Por todo ello, os ruego que si queréis saber algo, me lo preguntéis en la intimidad, puesto que la mayoría de las veces debo responderos en muy poco tiempo, y en circunstancias poco propicias.

Estoy seguro de que el Eneagrama tendría la capacidad de cambiar el mundo. Pero la consciencia está más próxima a la madurez del «conocer», que a la inmediatez de «saber», y a los datos meramente descriptivos.

Personalmente, en mi día a día, el Eneagrama me abre una puerta a la observación y a la reflexión; una definitiva y necesaria aceptación de la realidad más propia del eneatipo «nueve», que a fin de cuentas, quizá suponga el principio y el final de todo.

Yo no puedo cambiar el mundo, y únicamente es posible cambiarse a sí mismo.




Atentamente:
Rafael Moriel