lunes, 30 de mayo de 2011

FARAONES DEL SOL, 4ª PARTE:
Akenatón (La revolución de Amarna)

Escena familiar

Tras ser coronado, Akenatón prohibió el traslado de las estatuas de los dioses egipcios de templo en templo a través del río Nilo, punto álgido del culto a Amón. Cinco años más tarde manifestó que Tebas estaba demasiado supeditada a Amón (rey de los dioses y dios de la creación y la fertilidad), lo que no era bueno para el dios Atón, presente desde las primeras dinastías.

Ajetatón, la nueva capital de Egipto erigida por Akenatón (también conocida como Aketatón, actualmente Tell el-Amarna o simplemente Amarna), permaneció oculta durante tres mil años hasta el hallazgo en 1887 de «las cartas de Amarna», tras lo cual fueron desenterrados más de un centenar de edificios, entre los que destacan el gran templo a Atón (situado en el corazón de la ciudad), la casa del rey y el salón del trono, ambos situados junto al templo. Su diseño global representa el primer proyecto residencial conocido de la historia, donde las viviendas de los siervos se apilaban alrededor de los nobles a quienes servían. Pero Ajetatón fue construida principalmente de ladrillos de adobe y sus exteriores muestran unos acabados pobres y apresurados.

Estudios arquitectónicos demuestran que los grabados en piedra marcando los límites perimetrales y los templos de Ajetatón conforman una serie de rectángulos perfectos. La propia geometría del gran Templo de Atón es proporcional a los límites de la ciudad, haciendo de ella un gran templo abierto.

La tumba de Akenatón se encuentra alineada con el eje del templo de Atón, situándose en el nacimiento del sol, lo cual pone de manifiesto que Akenatón nacía con el propio Atón, sorteando el viaje por el inframundo tras su óbito. Este hecho niega a Osiris (dios de la reencarnación), por lo que el faraón no sólo rompió con las tradiciones y dioses egipcios, sino que desechó las creencias del «libro de los muertos», algo que sin duda atemorizó a la población. Las inscripciones del más allá en las tumbas de Ajetatón fueron sustituidas por imágenes del faraón y la familia real adorando al disco solar, sugiriendo quizá que el destino en el más allá quedaba supeditado por la lealtad al faraón.

El arte promovido por Akenatón rompe con miles de años de tradición, a través de escenas familiares e íntimas en las que las imágenes de los dioses son sustituidas por miembros de la familia real realizando acciones cotidianas: Akenatón cenando con su madre, intercambiando miradas cómplices con su amada Nefertiti, besándose y jugando con sus hijas o llorando la muerte de alguna de ellas. Nunca antes se habían visto imágenes así. Las representaciones del faraón y su esposa desnudos son frecuentes, alejándose de la tradicional imagen idealizada y musculosa del faraón. Akenatón y Nefertiti son representados incluso con sus verrugas.

El conocido busto de Nefertiti pone de manifiesto la belleza de la reina, pero a medida que ésta envejecía era representada con postura encorvada y el cuerpo envejecido. Al parecer, Akenatón era un perfeccionista cuya máxima parecía ser vivir la realidad; pero los cuerpos no eran perfectos sino feos, en cierto modo.

El arte de Amarna atravesó por diferentes etapas, fomentando un estilo naturalista y contemplativo del entorno. Akenatón dio libertad a los artistas, que se expresaron en un trabajo sensual y repleto de movimiento. La nueva tendencia mostraba las caderas anchas y unos dedos extremadamente largos; el cráneo alargado y los pechos desarrollados, donde la imagen más representada se corresponde con la «ventana de las apariciones», en la que Akenatón y Nefertiti, envueltos por los rayos solares, entregan oro y regalos a los nobles en señal de agradecimiento.

La experiencia de Akenatón y Nefertiti supuso un experimento religioso y político, social y artístico, que desencadenó el episodio más traumático del Antiguo Egipto. Juntos Abolieron el culto y las ofrendas al clero de Amón, fundando la primera religión monoteísta, donde Akenatón se erigía como único profeta e intermediario con el dios Atón.

Durante el décimo año de reinado, Akenatón ordenó profanar todos los templos y santuarios, borrando los nombres de otros dioses y eliminando incluso el nombre de su padre relacionado con Amón, así como las referencias en el extremo de los obeliscos de Karnak.

En el año 2005 fue descubierto en Amarna un cementerio con restos de los súbditos de Akenatón, quien aparentemente erigió la capital de la abundancia. Se cree que la nueva capital de Egipto fue erigida con un espíritu alegre y entusiasta desconocido hasta entonces, lejos del poder oscuro y la corrupción de los sacerdotes de Amón. Pero el estudio de los cadáveres encontrados revela, sin embargo, una probable muerte prematura y un desgaste evidente de los huesos, así como índices de anemia muy elevados, desconociéndose con certeza si fue debido a las plagas que arrasaron la región por aquella época, o a unas malas condiciones de vida y alimentación.

Existen pruebas de que el pueblo egipcio continuaba adorando a los dioses antiguos. La experiencia de Akenatón brilló temporalmente hasta que comenzó a perder poder y credibilidad. Egipto ya no era temido fuera de sus fronteras pero Akenatón parecía centrado en su empeño. Pocos años después de su muerte, a los 40 años de edad y acaecida supuestamente durante el año 17 de su reinado, la ciudad de Ajetatón es abandonada y desmantelada por faraones posteriores. El culto a Amón es restablecido y todos los templos de Atón son destruidos, borrando de la historia el nombre de Akenatón y su descendencia, tal como se pone de manifiesto en el templo de Abydos, donde Seti I (padre de Ramsés II) ordenó esculpir los nombres de todos los faraones de Egipto (a excepción de Akenatón y sus descendientes), saltando de Amenhotep III hasta la dinastía XIX.

Parece ser que Akenatón deseaba que lo amaran, por encima de todo.

Tachado de disminuido físico, bisexual, hereje y loco, genio y visionario, megalómano y hippie, fanático y revolucionario… La única realidad es el gran desconocimiento de este enigmático faraón que despierta el interés y la simpatía de muchos, entre los cuales me incluyo.

Inscripción correspondiente
a las «Cartas de Amarna»

Atentamente:
Rafael Moriel

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