miércoles, 4 de diciembre de 2013

Recital Literario:
«Repasando La Botica, revista literaria» (19-12-2013)

El próximo día 19-12-2013 a las 20:00 h. tendrá lugar un recital literario en el Aula Fundación Vital (C/ La Paz, 5 - 1ª planta, Centro Comercial Dendaraba) en el que Rafael Moriel (codirector y editor de «La Botica, revista literaria») reune a una decena de colaboradores habituales como homenaje a los últimos doce años de la genial revista literaria. La rapsoda y actriz Virginia González ambientará un programa de radio en directo en la sala Vital, recitando textos de los siguientes autores:

Rafael Moriel
Ángel de Lucas Vega
Luis M. García Angulo
José Luis Guillerna
Roberto Domínguez
Nerea Gallastegi
Blanca Uriarte
Heliodora del Mazo
Blanca Ríos
Emi Caro


Recital Literario «Repasando La Botica, revista literaria
Aula Fundación Kutxbank (19-12-2013)

Virginia González
Rafael Moriel
Ángel de Lucas Vega
Luis M. García Angulo
José Luis Guillerna
Roberto Domínguez
Nerea Gallastegi
Blanca Uriarte
Heliodora del Mazo
Blanca Ríos
Emi Caro

Atentamente:
Rafael Moriel

domingo, 22 de septiembre de 2013

Rafael Moriel en Amazon


Aviso importante: si vas a comprar libros, te aconsejo sustituir la extensión «.com» de la URL por la extensón de tu país (si por ejemplo haces tu pedido desde España, deberás poner «Amazon.es» en lugar de «Amazon.com». De esta forma, obtendrás tu libro mucho más barato, debido al ahorro en los portes.

Atentamente:
Rafael Moriel

viernes, 6 de septiembre de 2013

Análisis del Eneatipo 9


«Soy pacifista, ecuánime y conformista. Evito los conflictos y estoy dispuesto a transigir con los demás para mantener la paz. Soy paciente. Es difícil que explote; sin embargo, cuando me canso de ceder, la decisión que tomo es para siempre. Tiendo a minimizar los problemas y me distraigo con cosas triviales. A menudo me olvido de mí mismo. Aplazo las tareas importantes o aquello que me exige una gran inversión de energía. Soy poco disciplinado y puedo ser muy necio».


Índice



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1-Consideraciones Importantes


Lea detenidamente las siguientes cuestiones para poder entender y asimilar correctamente la información contenida en esta página:
  1. El autodescubrimiento no termina con la identificación de la personalidad básica o eneatipo, sino que tan sólo supone el comienzo de un viaje interior que nos ayuda a empatizar, comprender y mejorar nuestra comunicación con los demás.
  2. Sea cual fuere su eneatipo básico, los eneatipos en las direcciones señaladas por las flechas influyen en su personalidad global, permitiendo ambos movimientos, así como la integración y la desintegración en ambos casos. Para obtener una respuesta más acorde a la misma, no sólo debe tomar en cuenta el eneatipo básico y su ala correspondiente, sino los dos eneatipos correspondientes a las direcciones de las flechas conectadas con su eneatipo básico en el Eneagrama. Los rasgos de los cuatro eneatipos pueden mezclarse en su personalidad global, proponiendo un marco más amplio y acorde a la realidad. Tomando como ejemplo un eneatipo 9, es muy difícil identificarse completamente con él: cualquier eneatipo 9 posee un ala 8 ó 1, así como un movimiento al 6 y otro al 3, que juegan un papel importante en la personalidad global.
  3. Este blog dispone de 9 tests independientes para valorar cada eneatipo básico, así como un test de identificación rápida TRIE Riso-Hudson y un test preciso on line (accesible a través del botón «Eneagrama», situado en el menú de la parte superior del presente blog).
  4. A través del test del Eneagrama es posible dibujar un mapa completo de nuestra personalidad, teniendo en cuenta que el resto de eneatipos influyen en nuestra personalidad global.

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2-Situación en el Eneagrama


El eneatipo 9, junto a los eneatipos 1 y 8, conforma el trío visceral, caracterizado por la importancia que otorgan al momento presente, de carácter relevante.

Contrariamente, el trío emocional (eneatipos 2, 3 y 4) otorga mayor importancia al pasado y los sentimientos, así como el trío mental o racional (eneatipos 5, 6 y 7) prioriza las consecuencias de la conducta en un futuro.

A grandes rasgos, el eneatipo 9 maneja sus energías de un modo intermedio, entre la extroversión y la introversión (eneatipos 3, 6 y 9), en un intento de conciliar ambas tendencias y sin desarrollar ninguna especialmente.

Contrariamente, otros eneatipos obran de manera introvertida (eneatipos 1, 4 y 5), teniendo en cuenta su mundo interno y las necesidades concretas, o bien de un modo extrovertido (eneatipos 2, 7 y 8), centrando su atención en el entorno y las personas que le rodean.

La personalidad global del eneatipo 9 puede estar influenciada de un modo notable por su ala (8 ó 1), así como por sus posibles saltos al eneatipo 3 y al eneatipo 6.

Localización del eneatipo 9

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3-Hábitos


El eneatipo 9, caracterizado por su receptividad al ambiente, la calma y tranquilidad y una evidente tendencia narcotizante, puede mostrar los siguientes hábitos:

  • Nadie en especial.
  • Mediador. Paciente, pacificador.
  • Sobreadaptado.
  • Indolente.
  • Simple, distraído.
  • Pasivo agresivo, tozudo.
  • Indulgente y negador.
  • Acogedor y bonachón. Optimista.
  • Lento y relajado.
  • Abnegado. Estoico.
  • Terrenal y conservador. Apático.

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4-La Pereza Como Pasión


Según la RAE, la pereza se define como la negligencia, el tedio o descuido en las labores a las que estamos obligados. Una flojedad o una tardanza en las acciones o movimientos.

Teniendo en cuenta que el eneatipo 9 se engloba en de la triada instintiva o visceral, que otorga importancia al momento actual y más allá de la pereza en su sentido tradicional, el eneatipo 9 es a menudo híper activo. Su pereza, más que el desánimo o la galbana, supone una tendencia robotizada a través de la cual acomete sus acciones en una especie de modo operativo similar al piloto automático, descuidando todo aquello que va sucediendo entretanto van obteniéndose resultados, sin haber tomado conciencia de cuál es el camino tomado para obtener sus propósitos, ni cuáles eran realmente.

Eneatipo 9: modo piloto automático

En un intento de evitar a toda costa los conflictos que puedan amenazar su aparente calma y armonía, la acidia del eneatipo 9 conforma una auténtica pereza de espíritu, olvidándose de su propia persona y anteponiendo las necesidades ajenas a las propias, empujándole a decir «sí» cuando en realidad quiere decir «no».

El eneatipo 9 acostumbra a desconectar mentalmente de las situaciones. Su despiste llega a adquirir un sentido íntimo y esencial, haciéndole perder con facilidad el hilo de una conversación, hasta el punto de ignorar lo que sucede a su alrededor.

Desconexión mental

Su mayor afán es ser aceptado y fusionarse con lo ajeno: a nivel de pareja o con Dios, de familia o grupo, de trabajo y amigos, etc. Su presencia adquiere importancia a partir del otro, viviendo las alegrías y las penas ajenas como si se tratara de las suyas propias, aun a riesgo de olvidarse de sí mismo.

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5-La Pereza Como Excusa


La total negación del eneatipo 9 desemboca en una ocultación de los problemas, que no desea tener presentes e ignora en lugar de afrontarlos, acaso como barriéndolos bajo un felpudo y esperando que se solucionen por sí solos.

Su afán por evitar los conflictos puede hacerle perder la conciencia y volverse ciego para sí mismo.

collage representativo del eneatipo 9

Cuando es incapaz de hacerse valer y establecer límites, a menudo es víctima de gente aprovechada y abusiva. Incapaz de defenderse y establecer prioridades, se extravía entre los detalles insignificantes.

Si la baja autoestima de los eneatipos 4 y 5 (situados en la parte inferior del eneagrama) puede ser más o menos asumida, no ocurre lo mismo con el eneatipo 9, que es incapaz de reconocerla, por lo que a menudo parece más feliz y sano que otros, conformando así su característico hábito de bonachón.

Eneatipo 9: aspecto bonachón

Afanado en no generar conflicto alguno, a menudo hace la vista gorda y acontece su existencia en un estado de adormecimiento, sumido en una especie de letargo permanente y cegado ante todo aquello que no sea apacible y armonioso, o amenace su deseada paz de espíritu.

El miedo a generar conflictos desemboca en un mecanismo de defensa basado en la tendencia narcotizante, que le ocupa en actividades superfluas para permanecer distraído: puede ser adicto a la televisión o a acudir a la iglesia, apostar a la lotería, etc., o simplemente entretenerse realizando crucigramas o leyendo libros entretanto se le quema la comida.

Narcotizado

El eneatipo 9 acostumbra a resignarse ante la desgracia, encogiéndose de hombros y fomentando actividades narcotizantes, como si nada hubiera ocurrido. Su falta de reacción puede resultar muy frustrante para otras personas y no puede evitar sorprenderse si alguien se enoja por ello. Lo que para otros puede ser una catástrofe, a sus ojos son cosas que ocurren.

No arriesga ni actúa ante la creencia de que algo que generó conflictos puede repetirse y afectarle indefinidamente.

Resignación

Bajo su quietud y calma, la paz y serenidad características del eneatipo 9, éste esconde una furia reprimida que muy rara vez y tras sentirse acorralado, puede hacerle estallar de un modo brusco y violento, tras lo cual se arrepiente y retoma su letargo, como si nada hubiera ocurrido.

El eneatipo 9 se siente a menudo sabedor de una conciencia superior, de carácter universal. Ni presume de ello ni intenta convencer a otros.


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6-Manifestación de la Pereza


La pereza puede asumir las siguientes actitudes:

  • Resistencia al cambio: predilección por las cosas habituales y rutinarias. Comportamiento pasivo agresivo con fuerte tendencia a la resignación.
  • Olvido de sí mismo: presenta dificultades para la introspección y la conciencia de sus propias necesidades, renunciando a sus deseos en respuesta de las expectativas ajenas. Marcada tendencia a desacreditarse, con una fuerte necesidad de pasar inadvertido.


  • Compensación: tendencia a colmar la inercia mediante actividades compensatorias, como la dependencia del alcohol, la comida, la televisión, la lectura, la oración o cualquier hobby, narcotizándose para no enfrentar las situaciones difíciles.
  • Distracción: inclinación a despilfarrar energías en los intereses del momento, sin objetivos de fondo hacia los que orientar su esfuerzo.
  • Intensidad a través de las pertenencias: la imagen que tiene de sí mismo queda mediatizada por su contexto de pertenencia: la pareja o familia, el ambiente de trabajo o el grupo de amistades, etc., que contribuyen a definir las funciones e identidad. Su orientación es sobre todo una búsqueda de fusión con la pareja que compense su débil identidad personal.

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7-Comportamiento y Actitudes


La pereza del eneatipo 9 puede mostrarse bajo diversas formas:
  • Personalidad muy agradable.
  • Conoce las necesidades ajenas mejor que las propias.
  • Es esa persona tranquila que siempre te pregunta, interesándose por tu vida.
  • Puede ser un excelente pacifista, consejero y negociador.
  • En sus relaciones prevalecen las necesidades ajenas en lugar de las propias.
  • Se encarga de pacificar y mediar, estando de acuerdo con el prójimo.
  • No discute y asume fácilmente las opiniones ajenas.


  • Manifiesta su ira de una forma indirecta.
  • Pérdida de contacto con los objetivos, fusionándose con los deseos ajenos.
  • Dificultad para decir «no».
  • Si escucha una opinión que no es de su agrado o alguien le llama la atención por algo que no está bien, acostumbra a desviar la atención cambiando de tema.
  • Lento, acostumbrado a dar rodeos, se extravía en los detalles sin llegar al meollo de la cuestión.
  • Su gran tolerancia esconde un volcán de rabia contenida a punto de estallar, manifiesta a través de una terquedad o un comportamiento pasivo agresivo.
  • Adormecimiento psíquico: no desea analizarse ni superarse.
  • Pereza de ser, de sentir su interior, pereza a la intensidad.
  • Su depresión es resignada. Distimia, exceso de conformismo.
  • Evasión de la realidad haciendo cualquier actividad superflua, lo cual le conduce a menudo hasta la apatía: cualquier cosa con tal de distraerse.

Tendencia robotizante

  • Oculta la realidad para esquivar el dolor.
  • Su pensamiento básico puede ser: «la vida es simple, no sé por qué la gente se complica tanto».
  • Imposibilidad de reconocer su abaja autoestima y carencias, ignorando que sufre y que está narcotizado. Aparenta no tener problemas.
  • Adopta los valores del entorno experimentando un empobrecimiento de su persona.

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8-Infancia


Es muy típico que el eneatipo 9 provenga de familias numerosas donde se vio obligado a cuidar de sus hermanos pequeños, colaborando con sus padres en lugar de protestar, anestesiando sus necesidades y llegando a olvidarse de sí mismo. Otras veces cuidó de algún familiar con deficiencias, etc.


A menudo se sintió ignorado durante su infancia: bien porque sus opiniones no eran tenidas en cuenta o era eclipsado por sus hermanos, lo cual explica su fusión con el deseo ajeno, que siente como propio. A menudo no se sintió escuchado y la necesidad ajena era más importante que la suya propia, adormeciéndose, olvidando sus deseos y procurándose pequeñas comodidades y sustitutivos del amor, aprendiendo a anestesiarse y a olvidarse de sí mismo.

Pudo ser un niño con la sensación de que el mundo funcionaría de la misma manera sin su presencia, interpretando el papel de nadie especial, con poco para ofrecer y anteponiendo lo ajeno a lo propio.



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9-Liderazgo


El liderazgo que ejerce o puede ser capaz de ejercer el eneatipo 9 es:
  • Excelente pacifista, un gran líder conciliador, un excelente consejero y negociador. Sereno y neutral, arrastra consigo la armonía y la serenidad, uniendo y conciliando sin conflictos. Es un auténtico líder espiritual, firme en sus ideales y convicciones.
  • En el fondo se reconoce sabedor de una conciencia universal, de la que no presume ni intenta convencer.


  • Dotado de una enorme capacidad para comprender las posibles diferencias existentes, posee el don de la paciencia, la quietud y la tranquilidad.

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10-Subtipos


Subtipo Conservación
(Apetito, distracción)

Apetito, distracción.

Existe una necesidad neurótica de distraerse con cosas básicas: comer, beber, dormir, TV, leer, etc., y una pasión por distraerse con cualquier cosa. Se corresponde con el eneatipo nueve genérico que explican los libros de Eneagrama. De los tres subtipos, es el de carácter mental.

Justificación personal: «como, duermo, me distraigo: luego existo».



Su pasión satélite es el apetito, siendo el más tranquilo y narcotizado de los tres subtipos. El subtipo de conservación detesta que alguien amenace su agradable estado de ánimo y se resiste a ello no reaccionando, o bien a través de un terco silencio.

Acostumbra a distraerse con la comida, la bebida, la televisión, etc., con las que se fusiona para no verse a sí mismo. Busca el confort y la seguridad y a menudo almacena objetos que no usa pero le otorgan una cierta seguridad en caso de emergencia, calmando su ansiedad en rutinas y pequeñas labores que no le comprometan en proyectos más importantes.


Es la típica mujer maltratada. Su carácter es pasivo agresivo y cuando hace daño a alguien, lo hace de un modo tan sibilino que sólo se dan cuenta él, y su víctima; nadie más. Es prácticamente imposible que se ponga agresivo, pero si llega el momento en el que lo hace, por una causa mayor, las consecuencias pueden ser muy llamativas.

Su felicidad se conforma con placeres sencillos y accesibles: comer en el fast food más cercano, picotear entre horas, visionar de nuevo su película favorita, leer una novela, hojear el periódico, etc., una y otra vez; ése es su placer. A menudo utiliza refranes para justificar los hechos que suceden.

Ahoga toda la rabia y ansiedad de sus necesidades frustradas mediante la comida o la bebida, e incluso a través de conductas adictivas.

Existe una tendencia a la obesidad. Nunca entiende las emociones de los demás, cuando éstas son, o parecen, desproporcionadas: «¿por qué te pones así, no es para tanto…».

Subtipo Social
(Participación, complicidad)

Participación, complicidad.

Existe una necesidad neurótica de sentirse parte integrante, y una pasión por ser admitido en el grupo. De los tres subtipos es el orientado a la acción, o instintivo.

Justificación personal: «pertenezco, luego existo».

Su pasión satélite es la participación. El subtipo social padece de una imposibilidad para decir «no». Es un bonachón de carácter alegre, que necesita relacionarse y formar parte de lo que sucede, puesto que se siente diferente y cree que no tiene lo que necesita para formar parte del grupo. Así, y empujado por su necesidad imperiosa de agradar a todos los miembros del grupo, utiliza la participación para fusionarse.



Es una buena persona, un auténtico líder muy generoso y sacrificado, que satisface las necesidades ajenas. Por ello es elegido a menudo como líder del grupo, habida cuenta de que conoce las necesidades generales.

Capaz de pagar un alto precio o entregar todo lo que sea necesario para ser admitido en el grupo, suele adoptar un rol paternal. A menudo descuida las relaciones de pareja, la familia, etc., por satisfacer las necesidades del grupo.


Detesta que se espere mucho de él y su resistencia es de carácter pasivo agresiva. Desea unir a las personas en la paz y el amor, participando para ocultar sus carencias.

Híper activo, a menudo acostumbra a desconectar mental y emocionalmente, centrándose de un modo notable en el hacer, más que en el ser.

Tiene problemas para fijarse objetivos independientes y perseverar en sus intenciones. Puede resignarse y deprimirse por su falta de desarrollo.

Subtipo Sexual o Intimidad
(Fusión, simbiosis)

Fusión, simbiosis.

Existe una necesidad neurótica de ser a través de la pareja, que asimismo puede ser sustituida por Dios, etc., y una pasión por vivir la vida de los demás como si fuera suya, puesto que no logra creíble tener o disfrutar de un protagonismo propio.

Justificación personal: «me fusiono, luego existo».

Su pasión satélite es la unión o fusión, normalmente con una pareja, siendo el más llamativo, intenso y descarado de los tres subtipos. De los tres subtipos, es el de carácter emocional.

Parecido al eneatipo 3, desea fusionarse en una relación idílica con un ser humano, o con Dios. Los sentimientos ajenos están más claros que los suyos propios, idealizando a su pareja y permaneciendo ciego a sus defectos, incluso cuando ya es demasiado tarde. Son muy cariñosos, hasta el punto de que son capaces de cualquier cosa para fusionarse con el otro, perdiendo incluso su propia identidad.



No se preocupa de sí mismo, ni tiene ojos para sí mismo, sino para el otro, con quien desea fusionarse. Cariñoso, tierno, como todos los subtipos pertenecientes al eneatipo nueve, se muestra disponible en cualquier momento, a cualquier hora. Es el estereotipo de la «mosquita muerta».

Abnegado. Desea fundirse con el otro, ya sea un ser humano o Dios, idealizándolo y recibiendo sus elogios y críticas de un modo personal. Vive en función de la otra persona, percibiéndolo mejor que a sí mismo. El otro se convierte en su centro de gravedad, el eje de su identidad.

Capaz de enfurecerse cuando su relación es amenazada, en la franja insana se disocia y se deprime, permaneciendo en ese estado durante mucho tiempo. Se comporta a menudo como si acaso arrastrara una severa depresión, muy desconectado de su cuerpo y de sus emociones.

Normalmente se involucra en una relación de total dependencia, o se debate a la espera de ésta. Se corresponde muy bien con el «Don nadie en especial».

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11-Integración


La integración del eneatipo 9 está vinculada a la capacidad de desarrollo de la virtud de la diligencia, que puede ser lograda a través de las siguientes actitudes:

  • Asumir la responsabilidad por los dones recibidos, implicándose en la vida y con los demás.
  • Encender el fuego interior de la motivación y pisar más el acelerador.
  • Afirmar el propio valor y la dignidad, consciente de que no es posible amar al prójimo sin amarse a uno mismo.
  • Desarrollar la pasión por la vida, sacando a la luz las propias energías y capacidades.
  • Expresar las opiniones propias y afrontar de manera constructiva los conflictos y las diferencias, evitando hacer creer a toda costa que todo es paz y armonía.
  • Establecer límites y plazos en la realización de los proyectos, sin perderse en infinitas distracciones o aspectos no esenciales.
  • Aprender a centrar la atención tomando la iniciativa, estableciendo prioridades y tomando decisiones.

Mediante la práctica de dichas actitudes, el eneatipo 9 logra progresar en los siguientes aspectos:

  • Se vuelve seguro de sí mismo, interesándose por su desarrollo personal y sus talentos. Se mueve del aplomo al sacarse más provecho, de una mera presencia en el mundo a una activa fuerza dirigida desde adentro.
  • Ya no vive a través de otras personas ni necesita amoldarse a roles convencionales, como fuente de autoestima e identidad.
  • Se impone adecuadamente. No teme el cambio, adaptándose y actuando con mayor flexibilidad, encarando la realidad por derecho propio.
  • Conecta con la vitalidad y su lado agresivo e instintivo, que puede conducirle a su propio desarrollo. Su paz es menos frágil al descubrir que es capaz de imponerse sin ser agresivo con los demás.
  • Aumentando su autoestima sus relaciones son más maduras y satisfactorias.
  • Descubre que no es necesario ser humilde para tener una relación. Al ser él mismo resulta más interesante y deseable, atrayendo a otros.
  • Los demás comienzan a identificarse con él.

Direcciones o Saltos de Integración y/o Desintegración



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12-Desintegración


El Eneagrama no está orientado a las distorsiones de la personalidad y patologías mentales. En su patología o enfermedad, el eneatipo 9 puede padecer trastorno pasivo agresivo, distimia, trastorno disociativo, depresión con anhedonia, negación extrema y despersonalización grave prolongada.

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13-Ficha


Pasión: la pereza, acidia.
Centro: instintivo
Fijación: indolencia.
Visión de sí mismo: «yo en paz».
Estructura de temor (lo que evita): conflicto.
Estructura de deseo: sentirse en paz.
Trampa o justificación: tranquilidad.
Calificativos: El Mediador. El Sanador. El Optimista. El Pacificador. El Reconciliador. El Utópico. El Consolador. El Nadie Especial.
Hábito: cómodo y relajado. Cuerpo de pera, aspecto lento, confortable, hogareño, desaliñado. Cuerpo ancho, manos grandes, mirada tranquila. Suele mostrarse más animado en su semblante que en el resto del cuerpo.

Marge Simpson

Famosos: Ingrid Berman. Bridget Jones (personaje literario). Dalai Lama. Nelson Mandela. Winston Churchill. John Goodman. Sancho Panza. Ringo Starr. James Stewart. Jim Henson. Carl Jung. Hurley (de la serie «Lost»). Marge Simpson (de la serie «Los Simpson»).


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14-Vídeo Descriptivo Eneatipo 9 (Claudio Naranjo)


A través del siguiente vídeo es posible analizar el eneatipo 9, de acuerdo al doctor Claudio Naranjo, considerado el padre del Eneagrama




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Atentamente:
Rafael Moriel

miércoles, 14 de agosto de 2013

«Relatos Para la Imaginación»:
Un libro de Rafael Moriel

Relatos Para la Imaginación,
un libro de Rafael Moriel

Ya está disponible el libro "Relatos Para la Imaginación", impreso en papel y versión ebook a un precio muy económico.


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Índice de Textos

A través de los siguientes enlaces es posible leer y escuchar algunos textos contenidos en el libro «Relatos Para la Imaginación»:

1-Una Carta con los Ojos Cerrados
2-Algo Sentimental
3-Las Calles y su Cintura me Gritaron Estás Solo
4-La Maratón

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1-Una Carta con los Ojos Cerrados


Hola, cariño:

Hoy he abierto unos cajones y me he acordado de ti. Había decenas y decenas de cartas. Cinco años después te escribo por última vez, una carta que no recibirás.

Si cierro los ojos veo tu rostro. Si elimino cualquier pensamiento de mi mente, entonces puedo oír tu voz y me acaricias. Veo la escasa luz de una bombilla en el estrecho váter monoplaza de aquel bar del casco viejo; tú y yo, y el agujero... en una ciudad que no es la mía.

Si cierro los ojos, veo el escaso vello que recubre tu pubis y me vuelve loco; me estás abrazando y besas mi pecho. Te pones mi jersey y yo el tuyo. La ropa está por el suelo. Tú, sabes que nunca te lo haría en un lugar así; lo tengo muy fácil, pero lo has captado y sonríes.

Si cierro los ojos ya no estoy solo; no me hacen falta las palabras. Ahora estamos en la pensión barata repleta de puertas numeradas. Veo el vestido de lunares a colores más chillón que jamás ha existido. La tía de la pensión es una puta que apesta a cosméticos. Lleva un bolso y no paro de mirar su vestido. Ella te habla de dinero.

Si cierro los ojos, ya estamos en la habitación. Tú fumas un cigarrillo. «Te estás viciando», te digo, y descubro una rosada pastilla de jabón seca y renegrida adherida en el lavabo. «No toques nada», te advierto. Sonríes, me sonríes apagando el cigarrillo.

Si cierro los ojos tu mano acaricia mi pelo. «¿Con quién vas a estar mejor que conmigo?», me dices. Y yo, me doy cuenta de que no tengo dinero; sólo un cepillo de dientes y una caja de preservativos. Tú me pagarás el billete. Me lo debes.

Si cierro los ojos hace frío y nos arropamos apresuradamente entre las frías sábanas. Abrazados, el calor de tu cuerpo es lo mejor que me ha ocurrido en la vida. No tenemos prisa; yo te abrazo y tú me abrazas. He perdido la noción del tiempo y he maquillado mis ojos con tu raya y el rimel. Me he pintado los labios. Quiero tenerte siempre a mi lado, nunca creí que se pudiese querer tanto a una persona.

Si cierro los ojos, sabes que siempre he pisado tierra firme. Me miras y has adivinado que me tienes en tus manos. Lo has conseguido, nena; me has arrastrado fuera de mi casa sin equipaje ni dinero, me has cubierto de gozo y pasión, me siento extraño y no me he dado ni cuenta. Ahora nos estremecemos; los gemidos llegan hasta la puerta y la puta discute con un caballero. Pero no encontramos un lugar mejor donde amarnos.

Si cierro los ojos, la habitación se alquila por horas y la vieja nos ha expulsado cuando has mirado la tarifa de precios y le has dicho que nos ha cobrado tres euros de más. Todo lo que ha quedado de nuestro amor son un puñado de colillas y dos envoltorios de condones que hay en el cenicero. «Nena, nos hemos quedado sin nido de amor», te digo. «Tranquilo, yo cuidaré de ti», me susurras al oído.

Si cierro los ojos, esta noche me has ocultado en la oficina de tu hermano, como aquel perro que tuve de pequeño y escondía en el camarote. He dormido entre dos sillas y has llegado temprano. Lo hemos hecho sobre la mesa de su despacho.

Si abro los ojos, si abro entonces los ojos, recuerdo que un día estuve enamorado de ti y me resulta todo tan extraño...

«¿Qué habrá sido de ti?», me pregunto.

PD: escondí la cassette que escuchábamos en un lugar donde nunca la encontraría. Todo para olvidarte. Alguna vez la he buscado, pero jamás la encontré. La oculté tan bien, que ya nunca aparecerá.

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2-Algo Sentimental

Carlos no daba crédito a lo que estaba ocurriendo: primero lo de su dolor de cabeza, que le condujo hasta la sala de urgencias del hospital más próximo. Era un dolor tan intenso que parecía fuese a reventarle la cabeza, y para colmo había esperado más de media hora hasta que alguien le preguntara qué le ocurría, como si lo suyo fuese moco de pavo. Toda la estancia repleta de pacientes con un aspecto saludable, mientras medio mundo daba vueltas a su alrededor. De puro delirio.

Carlos se mostraba impaciente, pero allí nadie se quejaba; sólo aguardaban el turno. A su derecha, un muchacho mascaba chicle, repantigado, confeccionando globos sin cesar. La vieja de la izquierda le miraba de reojo cada diez segundos a más tardar, entumecida en su silla y cerrada de piernas, aferrada al bolso como si acaso Carlos fuese un vulgar ratero de tres al cuarto.

Y la cabeza no dejaba de hacerle: dom dom, dom dom...

Una joven que fumarreaba expulsó un prolongado penacho de humo azulado por una ventana entreabierta; ni siquiera fumar en los hospitales parecía preocuparles. Hacía una semana que Carlos no probaba el tabaco y se mordió la piel de los labios.

Media hora antes, Carlos había sido atendido por una enfermera que pretendía tranquilizarle con aquello de «No se preocupe, esto no es nada... », como si acaso fuese normal que a uno le doliera tanto la cabeza. Se supone que enseguida acudiría el doctor a reconocerle, eso dijo la enfermera, aunque desde que se presentara en el servicio de urgencias había transcurrido más de una hora y media en total.

La sala de espera era aroma de cigarrillo y globos de fresa haciendo PLAS... PLAS, una vieja aferrada a su bolso que miraba y miraba, doce o trece pacientes aguardando y dolor de cabeza.

Más tarde, se presenta el doctor en el box número seis, donde finalmente fue conducido Carlos. Aparece tras la puerta el ansiado galeno, veinte o veinticinco minutos después de que la enfermera cerrara la puerta tras de sí. Un doctor con una increíble cuerna en la cabeza que apenas cabía por la entrada, un espléndido ramal de astas que superaban la decena; un tipo calvo, vestido con bata blanca, que iba dejando tras de sí un ligero aroma a «after shave». Aparece sonriendo, como si nada, con el informe del diagnóstico redactado y firmado. ¡El colmo de Carlos!, que comenzaba a tener serias dudas respecto a lo que estaba sucediendo.

—¿Quién es usted? —preguntó al hombre de la cornamenta, que se supone era el médico.

—Tranquilo, estoy al corriente de todo. Soy el doctor Pérez —se presentó.

El doctor Pérez, como si aquello fuese normal, y de sus sienes brotaban múltiples ramificaciones de un metro de largo por uno de ancho.

—¡Quítese esos cuernos, coño! ¡De qué carnaval se ha escapado?... O acaso todo sea producto de mi delirio, doctor... ¡Doctor! ¡Me encuentro gravemente enfermo! ¡Sufro alucinaciones! ¡Me va a reventar la cabeza!... Apenas distingo algo nítido y quizá esté viendo ilusiones... Discúlpeme doctor Pérez, me siento tan confuso... ¡Cúreme, por favor! Supongo que eso mismo le suplicarán sus pacientes... Pero es horrible, doctor, ¡es horrible! ¡Me duele tanto la cabeza!

—No se preocupe —dijo el doctor Pérez—. La enfermera Yecla es de toda confianza y me ha puesto al corriente de la situación. Ya está usted reconocido y me he tomado la libertad de redactar su diagnóstico sin examinarle siquiera, pues su mal es ya muy viejo y conocido, aunque es posible que todo este protocolo le resulte algo extraño y puede que un poco arduo en estos momentos tan difíciles. Por otro lado, los doctores estamos acostumbrados al trato con el paciente y es probable que no comprenda mi actitud de dominio con la situación. A propósito... ¿Tiene usted problemas sentimentales?

—¿Qué?... —exclamó confuso Carlos.

—Tranquilícese. Mañana todo habrá pasado. Le aseguro que ya no le dolerá la cabeza. Ahora sólo debe prestarme toda la atención que le sea posible, únicamente para tomarse esta píldora relajante con la que dormirá usted como un «Pepe». Mañana por la mañana pasaré consulta por la planta y ya veremos qué tal se encuentra entonces. Ahora mismo le subirán a la habitación en una silla de ruedas, en cuanto ingiera el comprimido. Pasará ingresado el peor trago, pero le aseguro que mañana se encontrará usted perfectamente. Se trata de tenerle bajo observación hasta que todo se normalice. Mera rutina, créame. Confíe en mí. Soy un profesional de esto... de su mal, quiero decir.

—¡Pero, qué coño pastilla me receta usted sin ni tan siquiera preguntarme qué me ocurre! Todavía no me ha tomado la tensión y pretende que me tome un relajante y me duerma como si tal cosa, ¡drogado...! ¡Qué se cree usted! Debería explicarme lo que presume conocer tan bien... así por lo menos lo sabría yo, ¡que soy el enfermo!
El doctor Pérez se acercó y examinó la cabeza de Carlos, palpándola cuidadosamente con la yema de sus dedos.

—Vamos a ver... —y cerrando los ojos recorrió con suavidad su estructura craneal, otorgándole un ligero masaje que vagamente le mitigaba el dolor.
Carlos se entregó, suspirando.

—Está claro. La enfermera Yecla no se equivocó. Tómese la píldora y confíe en mí. Mañana todo esto será agua pasada —aseguró el doctor.

Carlos sentía un dolor tan intenso, que por un momento dejó de preocuparse por los cuernos del doctor. El tipo parecía salido de un cómic futurista, pero le había dicho que el dolor cesaría si obedecía sus instrucciones. Y Carlos necesitaba creer en algo, así que se tomó la pastilla. Al rato se durmió.

A la mañana siguiente, abrió los ojos. Allí estaban los cuernos del doctor Pérez, la misma cuerna de ciervo de lo que parecía una pesadilla, brotándole de las sienes. ¡Era real!

—¡Qué cojones! —gritó asustado Carlos.

—¿Qué tal se encuentra? —le preguntó el doctor Pérez.

—¿Es una broma lo de sus cuernos? —preguntó extrañado.

—En absoluto. Le ruego me guarde respeto... ¿Qué tal está?

—Bien, la verdad. Ya no me duele nada, aunque siento un ligero mareillo... —manifestó, sin apartar ni un instante la mirada de aquello tan prominente.

—No debe preocuparse. Los efectos del relajante desaparecerán en breve. Se quedará aquí a comer y más tarde le daré el alta.

—¿Qué me ocurrió, doctor? —preguntó Carlos, dejando a un lado lo de los cuernos.

—Será mejor que lo vea usted con sus propios ojos —le dijo el doctor Pérez, acercándole un espejo que extrajo del bolsillo de su bata.

—¡Diablos!, ¡no puede ser! —gritó, al verse reflejado—. ¡Me han salido cuernos, dos enormes cuernos de toro, dos pitones puntiagudos!

—Efectivamente, los suyos son de toro. A unos les crecen de toro, como a usted... a otros de jirafa y también los hay de cabra montés y de alce, e incluso de ciervo, como los míos. Le recomiendo, ante todo, que se tranquilice. Muy pronto se adaptará usted a su nuevo aspecto y no creo que sea mayor problema, aunque si lo estimase oportuno y por supuesto, en función de cómo se produjera la evolución, yo mismo le prescribiría apoyo psiquiátrico, como paliativo. Pero sólo si fuese necesario. A propósito, los cuernos de toro son para toda la vida, pues forman parte de su esqueleto a partir del brote. Los míos se caen una vez al año, y no se crea... cuando uno se acostumbra a la cuerna, la llega a echar en falta. Yo he llegado a sentir vergüenza, se lo aseguro; de veras que ocurre... aunque luego me la como, por aquello del calcio, que favorece el brote de otra nueva. Las ciervas y los ciervos también lo hacen.

—¡Pero, doctor! ¡Esto es una maldición! Llevar cuernos de por vida, todo el mundo sabrá que mi mujer me la ha pegado con otro, y mire lo grandes que son... ¡Todos lo sabrán!

—Tranquilo, Carlos. Los cuernos duelen mucho cuando están saliendo y al principio resultan algo incómodos, pero enseguida descubre uno que además sirven para defenderse —le dijo con tono convincente el doctor Pérez.

Carlos comió en la habitación del hospital, viendo las noticias por televisión. No sabía muy bien cómo encajar aquello. Dejó el segundo plato y el postre en la bandeja, intactos. Después se tumbó en la cama, boca arriba, con las manos detrás de la cabeza. A eso de las seis de la tarde apareció la enfermera, con el alta médica. Le puso el termómetro y le tomó la tensión y las pulsaciones.

—¿Qué tal se encuentra? —le preguntó.

—¿Eh?... —respondió Carlos.

—¿Qué tal estás?

—Bien, bien...

—Has comido poco, ¿eh?

—Sí... —susurró Carlos.

Cuando Carlos pisó la calle, el sol refulgía en sus cuernos. Miró hacia uno y otro lado y dio un paso y luego otro, y otro más.

Era sábado. Tenía dos cuernos, dos.


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3-Las Calles y su Cintura
me Gritaron Estás Solo

Recuerdo bares, mucha gente. La música alta y las copas, botellines en las manos. Recuerdo empujones, chicas guapas con pantalones bonitos. Recuerdo cigarrillos, humaredas de cigarrillos y canciones con melodías como cassettes de chistes baratos de los que venden en gasolineras. Recuerdo cervezas y olor a porro, copas de vino y whiskies.

Me apoyé en la barra de un bar para sujetar mi ebrio cuerpo y alguien me preguntó si sostenía yo a la barra o lo hacía ella conmigo.

—Es el único modo que encuentro de expresarme... A veces necesito hacerlo... —le respondí, creyendo que me había preguntado el porqué de mi borrachera.

Recuerdo chicas con relojes de pulsera, olor a champú y brillo de cabellos entre la multitud de pequeños bares abarrotados de gente.

Recuerdo chorros de meada transparente y mi vaso de whisky sobre el depósito del agua de la bomba, sentimientos de culpa y placer simultáneos con mi orina golpeando el pozuelo del retrete. Recuerdo la una de la noche, las dos, las cuatro, espaldas de amigos regresando a casa. La mayoría solos, tan sólo uno de ellos agarrado por el hombro de una muchacha.

Me recuerdo más etílico todavía, junto a muchos más idiotas como yo, escuchando un montón de música para borregos. Recuerdo máquinas de cigarrillos y juegos de luces azules y rojas y amarillas parpadeando, y una niña mona me preguntó a la salida de un bar, qué era para mí el amor.

—El amor es lo más bonito del mundo... —le respondí muy serio y sin esperanza, tal que un loco sabio que no cesa de tener alucinaciones. Había otra chica sentada en un portal que se puso muy fea sacándome la lengua y entonces volví la cara sin poder evitar fijarme en otra de expresión retorcida, que me observaba. La miré. Nos contemplamos un rato y más tarde caminábamos juntos. Sus brazos eran delgados y creo que tenía muy malas pulgas además de treinta y muchos tacos en un cuerpo de adolescente con dos ojeras marrones. Caminamos por ahí durante unas dos horas, y a partir de entonces y hasta mucho después quise olvidar todo aquello que no la evocara, pues ninguna otra cosa merecería la pena aquella noche.

La recuerdo a mi derecha cruzando pasos de cebra, carteles pegados en las paredes, luminosos sobresaliendo de las calles. Recuerdo las manos en los bolsillos y conversaciones sobre hermanos y hermanas y alquileres y plazos de coche, y como enmarcado, conservo el momento en que la abracé para besarla, el preciso instante en el que rodeé su cintura.

Recuerdo cómo amaneció.

Desayunamos en un bar. Ella tortilla de patata y café. Yo, un bocadillo de jamón, una Coca cola y un botellín de agua. Entonces sentí que ya no podía más. El cansancio y la resaca me vencían. Ya me había expresado bastante aquella noche.

Salimos a la calle. Había un «pub» que abría a las seis de la mañana. Entramos. Había allí más idiotas y borrachos reunidos que en todo un campo de fútbol hasta los topes. Ella quería bailar. Maldición, yo nunca bailo. Sólo bebo, y si se tercia podría aporrear una eléctrica cantando temas de melenudos. Pero bailar... jamás.

Se puso a bailar. Todos aquellos orangutanes en celo empapados en alcohol, se percataron de que era preciosa. ¡Oh, Dios!... Nunca entendí cómo los cerdos adivinaban hermosura allá donde yo la veía; era como si yo mismo incorporase algo de puerco, acaso la nariz y el rabo, además de buen gusto y un corazoncito latiendo en mi pecho. A nadie amarga un dulce, ni siquiera a las alimañas, me dije estúpidamente para intentar justificarlos.

Pensé en beber algo, me sentía tímido, sin saber qué hacer con mis manos. Al rato, la rodeaban cuatro o cinco simios uniformados a la moda. Joder... no merece la pena tomar nada, ni siquiera continuar aquí, pensé. Me acerqué a ella. Sabía que de todos ellos, yo sería su príncipe azul.

—Me marcho, guapetona —le dije de sopetón. Me di la vuelta y salí de allí con rapidez, sabiendo que me seguiría.

Me mantuve lo suficientemente visible como para que se me viese a lo largo de la calle, caminando por mitad de su acera. Fueron unos minutos de emoción contenida, aguardando un grito que me llamara por mi nombre.

Ella me seguía de cerca. Poco a poco me alcanzaba. La esperaba con ansia y el recuerdo de aquella cintura delgada y bonita era todo cuanto había en mi cabeza. Una vez en el portal de casa, me giré a contemplarla. Era su última oportunidad.

La calle estaba desierta. Nadie me había seguido. Las calles, muy crueles, me gritaron entonces: «¡ESTÁS SOLO!»..., y pude oír su eco resonando entre las paredes, y me llevé las manos a la cabeza y cerré los ojos hasta que cesó el ruido.

Abrí la puerta del portal y corrí escaleras arriba.

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4-La Maratón


El cielo era azulado y fúlgido.

Llevaba dos días corriendo y mis fuerzas flaqueaban. Venía realizando un esfuerzo prolongado y era consciente de que en cualquier momento podría derrumbarme. Sin embargo, a medida que intuía la proximidad de la meta, la ansiedad parecía desvanecerse y el esfuerzo mantenido perdía importancia, minimizándose hasta cero en el instante en el que traspasé aquella línea, trazada sobre la tierra batida. Uno de los coordinadores se acercó entonces:

—¡Bravo, muchacho! Has recorrido un largo camino, pero debes sobreponerte pues aún te separan unos kilómetros de la meta. ¡Una tontería comparado con lo que has dejado atrás!... ¡Ánimo valiente! —me elogió.

El público, todas aquellas siluetas inconcretas, aplaudían sin cesar, dedicándome elogios y elocuentes vítores. Sus gestos de ánimo erizaron mi vello, pero me encontraba exhausto. Mi cabeza rotaba ligera e involuntariamente frente a sus rostros, apenas nítidos entre la sombra del tumulto. Parpadeé inútilmente, intentando focalizar imágenes que se desvanecían.

Quise hacerme una idea aproximada de cuántas personas me rodeaban, girándome para estimar su número, aunque casi me desplomo al intentarlo. Me encontraba tan extenuado y confuso que apenas pude fijarme en un rostro concreto, acaso como si me encontrara inmerso en un delirio propiciado por las drogas. Finalmente no supe cuántos eran, y ni siquiera distinguía a las mujeres de los hombres.

Me ofrecieron una botella de la que sorbí un profundo y prolongado trago, tosiendo varias veces debido a un leve atragantamiento. Vertí el resto del líquido sobre mi cabeza, agitándola con espasmos. La multitud me aclamaba con fervor. Jadeé unos instantes, jurándome que llegaría hasta el final. Inspiré profundamente, levantando mi mano en un saludo a la agitada concurrencia. Troté una decena de veces sobre el firme bajo mis pies y salí corriendo poco a poco, poseído por el convencimiento de que lo lograría.

—¡Bravo! ¡Valiente!... —se escuchaba a lo lejos.

Tras el atardecer, me sorprendió la noche. Su tacto aportó frescura al paisaje, que se dibujaba tenue bajo el reflejo de la luna llena, insólitamente próxima al horizonte.

A la mañana siguiente vislumbré a lo lejos el cartel de meta. Poco después atravesé su línea y enseguida se acercó alguien a proveerme de líquido.
Todas aquellas personas deseaban saludarme. Algunos de ellos se estiraban hasta tocarme, por encima y entre los barrotes metálicos de las vallas que guarecían la meta.

—¡Ánimo! ¡Eres el mejor! Estamos contigo y sabemos lo que has sufrido... Hemos venido para hacerte saber que te queremos y te acompañamos, con el corazón y con todas nuestras fuerzas... aunque deberás realizar un último esfuerzo hasta alcanzar la meta —me comunicaron, intensificando el fragor de sus aplausos.

Era la segunda meta que pisaba, pero tampoco habría gloria esta vez. Sólo me quedaban la impotencia y el sudor de mi cuerpo. Aquello me propició una extraña calma, un desconocido instinto surgido de la escasez de fuerzas.

Permanecí de pie, pretendidamente expectante aunque aturdido. Deseaba terminar cuanto antes y retomé el trote, apartando a todos alrededor.

—¡Ánimo, muchacho!... —escuché a lo lejos. Mis pensamientos eran silenciosas lavadoras girando su colada.

Las horas transcurrían poco a poco. Miré a mi pecho y allí figuraba el número «1», blanco, impreso sobre la camiseta. Me pregunté dónde estarían el resto de competidores.

Recorrí paso a paso, un kilómetro tras otro. De nada serviría detenerse. Recuperar la marcha tras una parada parecía mucho peor que continuar adelante. Atravesé localidad tras localidad, imaginando que cada kilómetro, cada árbol, sería el último árbol.

Comencé a hablar solo. Recité todo cuanto pude recordar de memoria, dedicando improvisados pasajes a las cosas que iba dejando atrás. Horas más tarde enmudecí, quedando sumido en una especie de letargo mental, centrado en el rítmico sonido de mis zapatillas al trote.

Ocurrió al tercer día, recorriendo un estrecho camino empedrado y tras describir una amplia curva que rodeaba un montículo.

Vislumbré el cartel de meta. Al igual que las otras veces, todo lo que parecía absurdo adquiría importancia a medida que restaba metros a la línea de meta. La crucé tan abatido, que al derrumbarme susurraba extraños vocablos y sabias frases nunca escritas. Había una densa niebla dentro de mis ojos y todos los espectadores eran rubios y gritaban emocionados mi nombre.

—¡Felicidades! ¡Felicidades!... —repetían.

Dos fornidos espectadores me incorporaron, entretanto una hermosa joven me besaba con ardor. Un hombre con visera me aplicó en los labios el extremo de una goma elástica con un bote que sujetaba a lo alto, inclinando mi cabeza para hacerme beber.

—¡Bebe! ¡Coge algunas avellanas! ¡Las necesitarás!... Lo has hecho muy bien, aunque todavía te queda un tramo. ¡El último!
—¡Adelante, valiente! —corearon.

Reanudé la marcha, con un puñado de avellanas en una mano y un bote con líquido en la otra, abriéndome paso entre una maléfica bruma poblada de rostros, tal que cuervos gigantes y que sucios y manchados me sonreían al paso.

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Atentamente:
Rafael Moriel