viernes, 17 de diciembre de 2021

«Tintes de Tristeza y el kit de 30€», un relato de Rafael Moriel



Tintes de Tristeza y el kit de 30€

Fue a raíz de que se preguntara el porqué de su hábito circunspecto, cuando cayó en la cuenta de que la tristeza le era intrínseca. Ella conformaba su episodio más repetido e inmediato y él la reprimía, aparentando mostrar una imagen que ocultara su natural desconsuelo. Ésa parecía ser la clave de su compostura.

Frente a aquella revelación y por un instante, Louis deseó olvidarse de sí mismo y tras cerrar los ojos se imaginó renaciendo bajo la piel de otro hombre, como si acaso la vida le brindara una segunda oportunidad. Sus ojos parpadearon y entonces pudo verse bajo la apariencia de Dave, un amigo con el que esa misma tarde había tomado café. Louis se recreó en la sonrisa de su amigo, bajo unas anchas y pobladas cejas negras. Su nuevo aspecto lucía informal, con el cabello engominado, alegre e idealista. Incluso caminaba más erguido, ataviado en unos tejanos desgastados.

Así ocurrió durante unos minutos, donde todo a su alrededor parecía tener otro aspecto. Sin embargo, la tristeza continuaba ahí, bajo el hueso del cráneo. Louis era un poeta de mediana producción que daba tumbos por el mundillo literario, soñando figurar entre sus páginas. Pero no vivía de la poesía. Sobrevivía gracias al trabajo como operario en una cadena de producción donde su afición literaria era desconocida.

Aquel día cubrió el turno de mañana y tras comer se citó con Dave, en vista de que no era un buen día para los poemas. Tomaron café y se despidieron a eso de las cinco, tras lo cual montó en su coche y condujo hasta unos grandes almacenes, sin saber muy bien por qué.

Louis paseó por los pasillos del hipermercado, mirando los productos sobre las estanterías. Todo aquello estaba repleto de cosas: botellas de diferentes tamaños conteniendo productos diversos, galletas con multitud de sabores, chocolates de varios países con fresas y otras frutas, cajas de leche, bicicletas, ruedas de coche, libros y revistas, videojuegos, bombillas, lámparas, latas de cerveza, frutas y verduras, yogures, pizzas y quesos… Nada parecía interesarle, hasta que las vio. Aquellas mesas amontonadas en la sección de bricolaje llamaron su atención: mesas baratas donde leer el periódico o escribir una carta… Tras charlar con una dependienta del hipermercado, no se lo pensó dos veces. Cargó el paquete en el carro, se dirigió hasta la zona de cajas, pagó con su tarjeta de crédito y lo tumbó en el maletero del coche, tras lo cual condujo varios kilómetros por los pueblos de alrededor sin saber muy bien por qué, acaso como cuando había entrado en el hipermercado.

Una vez en casa, encendió un cigarrillo y se arrojó sobre el sofá, cambiando una y otra vez los canales del televisor. Al rato bajó al coche y cargó con la caja que contenía la mesa. La subió a casa y buscó un metro, comprobando las dimensiones de los espacios libres, hasta buscarle un rinconcito en el estudio. Decidido, conformó la mesa con los tornillos y las herramientas que incorporaba; recogió los plásticos y los cartones de embalaje, barrió el suelo y suspiró al comprobar lo bien que lucía aquella mesa. Aquel rincón había reclamado una mesa así durante años y Louis no se había dado ni cuenta; muchas desgracias humanas eran la misma cosa o algo parecido.

El estudio de Louis albergaba otra mesa de madera. Sin embargo, ésta le parecía especial: se trataba de una mesa de kit, un chollo por 30 €. Le hubiese gustado estrenarla escribiendo un poema. Era esa misma frustración de quien aguarda las vacaciones para llevar a cabo algo que ansía, y llega el momento y enferma o se deprime, o simplemente no empieza por el principio. Y allí estaba Louis, con tiempo para los poemas y privado de inspiración, deseando escribir lo primero que se le ocurriera e incapaz de comenzar.

A lo mejor me vendría bien un whisky, pensó. La luz del flexo y el whisky con los hielos, eso crea ambiente. Retomó la contemplación de su escritorio, preguntándose cuántas mesas podría haber comprado con todo el dinero que a lo largo de su vida se había gastado en whisky. Por un instante no supo a ciencia cierta a qué venía aquello. ¿Por qué bebía Louis? ¿Por qué la gente se esforzaba tanto y el mundo evolucionaba tan poco? Descorrió la cortina de la ventana y todas aquellas mesas de 30 € se le representaron en el aparcamiento de enfrente. Lo mejor sería regalarlas, pensó. La gente tendría una mesa sobre la que escribir su poema. Todo el mundo debería hacerlo.

Un pitido del teléfono móvil lo devolvió al mundo real: bip, bip... Las mesas desaparecieron. Sólo había coches: rojos, verdes, coches metalizados grandes y pequeños, de dos y cuatro puertas. La gente bebía en ocasiones, la gente pagaba un coche de vez en cuando; otras veces la gente no sabía qué hacer.

Louis corrió la cortina y se rascó la cabeza. Se dirigió hacia el tocadiscos, sobre el que descansaban un paquete de Lucky Strike y un encendedor azul. Contó los cigarrillos y extrajo uno. ¡Cuántas cosas se podían hacer sobre aquella mesa! Una mosca gorda se posó sobre el flexo. Se miraron. Louis tenía poco que ofrecer con su aspecto tan serio. La tristeza daba mucho de sí, pero la mosca era inquieta y no le dio una oportunidad. Despegó emitiendo un zumbido, entretanto Louis la observó marchar. No estaba mal eso de volar, pero sabía que él no lo lograría. Entonces se sentó frente a su escritorio: treinta euros, brillante, con olorcito a madera. Encendió el cigarrillo y chupó una calada. La luz del flexo hacía guiños a intervalos y el humo parecía azulado. Afuera, la gente caminaba en busca de cosas.

Alargó su brazo para coger el mando a distancia y encendió el televisor. Su tristeza arraigada lo acarició entonces. Louis se dejó querer. Lo cierto es que había algunas cosas que no lograba entender: ¿por qué el público de los programas que emitían por televisión aplaudía de aquel modo tan absurdo en los intermedios de publicidad? ¿Por qué los presentadores decían tantas tonterías, mintiendo y gesticulando como energúmenos? Ni siquiera entendía por qué había comprado aquella mesa de kit por 30 €. Todo eran dudas… Y entonces recordó a la muchacha que le había atendido en el hipermercado; sin duda alguna era lo mejor que le había ocurrido en todo el día:

Louis caminaba por entre los pasillos con su carro vacío, buscando algo para llenarlo. Se detuvo frente a todas aquellas mesas de kit, cuando ella se acercó y tras dirigirse a él, charlaron amablemente y le desembaló la mesa, mostrándole las piezas y el cajoncito que incorporaba. La muchacha se movía con gracia y se pilló un dedo que luego se chupaba, ligeramente refunfuñando. «Si no te gusta, guardas el ticket y te devolvemos el dinero», le dijo. ¡Era tan esperanzador encontrar algo humano entre tanta gente! Todo el mundo debería casarse con las dependientas de los hipermercados. Los presidentes deberían haber trabajado como cajeros; si acaso hubieran fregado portales estarían más cerca de la realidad. El mundo entero lo agradecería.

La mesa era simple. Acercó una silla, tomó un bolígrafo y un folio y escribió su poema de un tirón.

Solo

Azul
rojo y negro
Jazz.

Hay un par de cuadros colgados por ahí.
En uno puede verse a un guardia borroso
entretanto una pareja se abraza.
Todas mis cosas están aquí. Hay bolígrafos, discos y cables.
Así es mi habitación.
Nadie puede verla ahora.


Louis pensó que aquel poema era uno de los peores que había escrito jamás. Lamentable y autocompasivo. La mosca se posó sobre el flexo. Era horrible. Tenía trozos azules. Se miraron cara a cara hasta que retomó el vuelo. Louis decidió darle otra oportunidad; cualquiera la merece, pensó. Rompió su poema y lo arrojó a la papelera. Apagó el televisor, se levantó de la silla y entreabrió la ventana para dejar que el insecto escapara. Había algunas luces encendidas en el bloque de enfrente. Entonces imaginó a una vecina cualquiera en su cocina, preparando la cena, quizá cubierta por una ligera bata y unos pechos enormes envueltos en un sujetador blanco liso. Louis olisqueó con los ojos cerrados todos los pechos y los geles y los suavizantes de sus vecinas. Olían bien. Dejó la ventana y se sentó frente a su nueva mesa de escritorio, que había comprado sin saber muy bien por qué.

Jugueteó con el bolígrafo. Era anaranjado y transparente, de propaganda. El bolígrafo le pareció odioso, pues aún no era capaz de escribir directamente con el ordenador y le ponía nervioso apretar las teclas con apenas dos dedos y su sombra proyectándose sobre el teclado. Retomó los cigarrillos: quedaban tres. Extrajo uno y ya sólo quedaban dos. Mañana dejaré de fumar, pensó. Cogió la prensa. «Todo el mundo debería tener una mesa así», pensó. Abrió el periódico y pasó una tras otra, sus páginas. «ADIÓS AL GORILA ARTISTA», figuraba de cabecera en la última página del diario. Michael, «el gorila artista», había fallecido a los veintisiete años, de un fallo cardíaco. Michael se comunicaba con los humanos a través del lenguaje de los signos. Entendía palabras en inglés y prestaba atención a las interpretaciones musicales y a las obras de arte. Michael, el primate que coloreaba lienzos, había muerto ayer.

Louis detuvo su mirada en la fotografía de Michael pintando una acuarela. La imagen del gorila le transmitió una cierta melancolía; su misma tristeza arraigada, fluía con la lentitud de un pedo sin ruido a través de la última de las páginas de aquel diario, con la foto del gorila pintor. La tristeza se encontraba presente en cada uno de los pliegues que conformaban las carnes arrugadas de aquel animal. Sintió compasión de la bestia, al advertir la forma de su cráneo. Era ridículo. Deforme, como un balón de rugby. Se le ocurrió entonces que si todo el mundo pintara cuadros y prestara atención a las interpretaciones musicales y a las obras de arte, quizá si todo el mundo tuviese una mesa de kit de 30 € sobre la que escribir un poema, quizá él no fuera una persona tan seria y el público de los programas que emitían por televisión no aplaudiría todas aquellas mentiras y los presentadores no serían tan idiotas.

Dobló el periódico, depositándolo sobre la mesa. Era la hora de cenar. La horrible mosca con trozos azules había aprovechado su oportunidad. Louis cerró la ventana y apagó la luz.

Es una buena mesa, pensó. Sin duda alguna que prometía.


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«Accidente en la fábrica de chorizos», un libro de Rafael Moriel

«Tintes de tristeza y el kit de 30€» es un relato perteneciente al libro de relatos "Accidente en la Fábrica de Chorizos", escrito por Rafael Moriel y disponible en papel de tapa blanda y ebook.


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«Accidente en la Fábrica de Chorizos»,
un libro de relatos de Rafael Moriel

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Rafael Moriel

domingo, 14 de noviembre de 2021

«Mi Bello Canario», un relato de Rafael Moriel



Mi Bello Canario

Fumaba en la terraza y ya era de noche. Había estado todo el día estudiando para los exámenes y me apeteció echar un cigarrillo al aire libre. Entonces y entre la oscuridad, un aleteo llamó mi atención. Se trataba de algo pequeño y rápido que revoloteaba, procedente de algunos pisos más arriba.

Quedé inmóvil al comprobar que se trataba de un pajarillo, de color blanco a primera vista. Su revoloteo cesó al posarse en el saliente de la terraza, más allá de la barandilla. Me moví tan lentamente como pude, acercándome. Me miraba. Entonces abrí mis manos, y lo atrapé. Esperaba que hubiese echado a volar, o al menos que se resistiera al atraparlo. Pero no fue así. Pude sentir su caliente cuerpecillo como algo sensible y delicado entre mis manos.

Entré en la cocina y me puse manos a la obra. No tenía jaula. Estuve discurriendo cómo improvisar algo, y allí estaba la cesta de las patatas, metálica y enrejada. Mantuve al pájaro atrapado con una mano y volqué la cesta con las patatas, propinándole un par de golpes para desprender la suciedad, depositándola invertida sobre el suelo: cuatro paredes y un techo, con barrotes y todo. Sin embargo, aquel pajarillo, un hermoso canario, elegante y alargado, era demasiado delgado en comparación con el espacio libre entre los barrotes.

Corrí hasta el salón. En el primer cajón del mueble chino siempre estuvo la caja de puros que mi tío Domingo, el marinero, nos trajo de uno de sus viajes. La abrí con una mano y volteé los puros, introduciendo al pajarillo. Regresé a la cocina y recubrí toda la cesta con papel de periódico agujereado. Me hice con un par de tapas de botes de conserva y las introduje, con agua y migas de pan, bajo la cesta empapelada. La jaula estaba lista y la cena servida. Sólo faltaba el canario.

Abrí la caja de los puros, introduciendo mi mano en ella. Ni se movió. Arrinconado, se había cagado y me observaba, con los ojos abiertos todo lo más que podía. Sentí compasión de él. Tapé con mi mano la boca de la caja, dejando entre mis dedos el espacio suficiente para observarlo con detalle. Los pájaros son muy rápidos y aunque buscara un hueco por el que escapar, no le daría esa oportunidad. Nos observamos largo rato. Su plumaje era de un hermoso amarillo claro, tornando grisáceo y blanquecino en los extremos de sus alas.

Lo atrapé sin que opusiera resistencia. Levanté la cesta y lo introduje por debajo de ésta, depositándolo sobre el suelo. Cené en la cocina, a su lado. No hizo el más mínimo ruido.

Fregué mi plato y cerré los libros. Acostumbraba a guardarlos uno o dos días antes del examen, y decidí no preocuparme más por los detalles de las lecciones. El trabajo ya estaba hecho y otro día de estudio sólo aumentaría mi inseguridad. Ahora tenía un pasatiempo para olvidar mis exámenes.

Me arrodillé y levanté suavemente la cesta. Permanecía inmóvil, mirándome. Introduje mi mano. Se dejó atrapar. Lo extraje con delicadeza, sintiendo los pálpitos de su corazón. Tenía los ojos enrojecidos y permanecía con su pico abierto, jadeando. Entonces me di cuenta de que la tinta de los papeles de periódico le irritaba. Parecía muy asustado y se había cagado varias veces.

Lo deposité en el suelo. La cocina no tenía demasiados escondrijos y dejarlo libre en aquellas condiciones no parecía arriesgado; estaba asustado y abatido y supuse que no volaría. Lo toqué con el dedo, empujándolo varias veces para comprobar su reacción. Ni se movió. Sólo jadeaba y observaba.

Arranqué todo el papel de la cesta, descartándola. Lo introduje en la caja de los puros. Unas cuantas cagadas más no importaban. Me fui a la cama.

Al día siguiente, a las diez de la mañana, ya tenía una jaula y dos cajas de alpiste. Cogí el taladro e instalé dos escarpias en la terraza. Colgué la jaula, con su canario dentro, y me pareció que se sentía alegre en su nuevo hogar. Saltaba de un palo a otro, se bajó a comer y a beber y di por seguro que a partir de entonces permanecería conmigo.

A eso del mediodía, sonó el timbre. Era un vecino que me preguntó sobre un pájaro que se le había escapado. Le dije que no sabía nada al respecto. Cerré la puerta y sonreí.

Mi examen no pudo ir mejor. De regreso a casa, lo primero que hice fue saludar a Pelucho. Mis regresos de las clases eran mucho más esperanzadores, con aquella mascota esperándome.

Cada mañana, antes de las clases, colgaba su jaula en la terraza. A mi regreso, en la tarde noche, la descolgaba y la metía en la cocina, junto al radiador. Entonces recogía su cabeza entre las plumas y dormía apoyado sobre una pata. Limpiaba su jaula a diario y rellenaba sus recipientes con agua y alpiste. Pero Pelucho no cantaba. Solía sacarlo de la jaula para jugar con él. Sin embargo, apenas se movía y no piaba; ni siquiera hacía intentos por retomar el vuelo. Al principio imaginé que era debido a su nueva situación, pero con el paso del tiempo terminé por asimilarlo.

A mediados del otoño observé que Pelucho se deterioraba. Poco tenía que ver con aquel hermoso ejemplar que una noche de verano volara hasta mi terraza. Sus plumas estaban desordenadas y sucias y su cola recortada. Se había quedado completamente calvo y el veterinario me recetó unas gotas que mezclaba con el agua. Me dijo que debía alejarlo del radiador, y que no cantaba porque era hembra. Pelucho no cantaría jamás, y ni siquiera su nombre parecía apropiado.

A pesar de mis cuidados y de toda la atención prestada, Pelucha continuaba perdiendo plumaje. Pronto se transformó en un minúsculo pedazo de carne pálida con multitud de puntos negros y dos ojos enormes. Su vientre se hinchó y un prominente edema deformó su aparato genital, transformándolo en un anillo enrojecido y sanguinolento.

No sabía muy bien qué hacer con ella. Me había decepcionado, sin duda, y yo a ella. Supuse que moriría pronto, ya que parecía muy enferma, y comencé a descuidarla. Debía quedarle poco tiempo, y aunque no quería contagiarme de su infección, continué alimentándola con el alpiste y la lechuga, mezclando las gotas que me recetó el veterinario con el agua… hasta que dejé de hacerlo.

Transcurrieron varias semanas y mi canario tenía peor aspecto. A pesar de todas aquellas enfermedades, una extraña fuerza la mantenía con vida. Parecía en las últimas, sólo era cuestión de tiempo.

Pelucha era muy sucia. Las hojas de lechuga que picoteaba se iban secando y mezclándose con las cáscaras del alpiste y las heces, que se le adherían en las uñas de las patas, conformando unas endurecidas costras que resonaban cuando saltaba de un palo a otro de la jaula. Un día me percaté de que le faltaba un dedo. Supuse que una de esas costras se le habría enredado entre los barrotes. Pero Pelucha no hablaba. Tampoco cantaba.

Comencé a olvidarme de rellenar sus recipientes de comida, quizá a propósito. Cada mañana le colgaba entre los barrotes un par de hojas de lechuga. Le gustaba la lechuga, y así no tenía que limpiar ni tocar los recipientes, ni siquiera la jaula. A pesar de que jamás hubiese cantado ni alzado el vuelo, a pesar de haberse transformado en un cuerpo infecto y agónico cuyo inminente desenlace ansiaba, la alimentaba cada día.

El nivel de los residuos crecía. Las cáscaras de alpiste, la lechuga y las heces conformaban una sólida estructura. Hacía meses que no metía la jaula en la cocina por las noches y sobrepasaba los dos kilos de peso. Pelucha había perdido todo su plumaje y sólo acercarme a su jaula me producía náuseas.

Me sentía decepcionado. Había hecho de mi ilusión un fracaso, y no contenta con ello había transformado mi terraza en un basurero. El nivel de estiércol alcanzaba la mitad de la jaula, pero ella continuaba en su afán por ensuciar, con tal de fastidiarme. Estaba pelada y esquelética, con la totalidad de su piel recubierta por puntos negros apostillados, con el vientre inflamado y brillante, las uñas de sus patas retorcidas y cubiertas de heces endurecidas, a causa de las cuales había perdido varios dedos. Pero se negaba a sucumbir. Pelucha sólo pensaba en sí misma.

Una infección prosperó en sus ojos. Se le hincharon tanto, que parecían dos pelotas amoratadas. Más tarde, perdió la visión de un ojo como resultado de la misma. Su pupila era blanca y cuando se ponía de perfil, el del ojo ciego, me divertía moviendo mi mano, acercándola y alejándola con rapidez. ¡Ni se enteraba! Repetía lo mismo por su lado bueno y se recogía asustada. ¡Pelucha estaba viva! La despreciaba con todas mis fuerzas. Mi bello canario era un monstruo.

Una mañana dejé abierta la puerta de su jaula. Por la noche continuaba allí. Pelucha no parecía dispuesta a ponérmelo fácil. Pretendía martirizarme y haría lo que fuese con tal de lograrlo.

El volumen de estiércol aumentaba, a pesar de escaparse por la puerta de la jaula. Pero llegó un momento en el que hizo techo. Pelucha se buscó un rincón y desde entonces permaneció contra los barrotes, aplastada por sus propios residuos, en el frontal de la jaula. Ya no era más que un pellejo arrugado y retorcido, apenas reconocible, aunque su pico y el vientre por el que expulsaba las heces, todavía eran visibles entre los barrotes.

A menudo pensaba sobre aquel pájaro. Sabía que aquello no duraría mucho. En cualquier momento la encontraría rígida y todo terminaría. Esperaba aquel momento con impaciencia.

Transcurrían los días, las semanas y los meses... Pelucha seguía comiendo la lechuga que yo le colgaba. Deseaba su muerte. Sin embargo, cada mañana su corazón latía entre los barrotes. Me atormentaba la idea de que Pelucha pretendiera sobrevivirme.

Una fría mañana la encontré muerta. Su corazón, hinchado y amoratado, había dejado de latir.

Abrí una bolsa de basura e introduje la jaula con Pelucha en su interior. Pesaba varios kilos.

—Asunto concluido —suspiré.


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«Accidente en la fábrica de chorizos», un libro de Rafael Moriel

«Mi bello canario» es un relato perteneciente al libro de relatos "Accidente en la Fábrica de Chorizos", escrito por Rafael Moriel y disponible en papel de tapa blanda y ebook.


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«Accidente en la Fábrica de Chorizos»,
un libro de relatos de Rafael Moriel

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Rafael Moriel

martes, 10 de agosto de 2021

The Straight Story (una historia verdadera), de David Lynch

Ficha Técnica

The Straight Story (una historia verdadera),
de David Lynch



Título original: The Straight Story
Dirección: David Lynch
Guión: John Roach, Mary Sweeney
Música: Angelo Badalamenti
Fotografía: Freddie Francis
País: Estados Unidos
Año: 1999
Duración: 111 min.
Género: Drama | Basado en hechos reales. Vida rural (Norteamérica). Road Movie. Vejez/Madurez. Cine independiente USA. Película de culto
Reparto: Richard Farnsworth, Sissy Spacek, Harry Dean Stanton, Everett McGill, John Farley, Jane Galloway Heitz, Dan Flannery, Kevin P. Farley, Wiley Harker, Tracey Maloney
Productora: Coproducción Estados Unidos-Francia; Studiocanal, Les Films Alain Sarde, The Picture Factory, Film4 Productions, Asymetrical Production, Ciby 2000

Sinopsis


Alvin Straight (Richard Farnsworth) es un achacoso anciano que vive en Iowa con su hija discapacitada (Sissy Spacek). Además de sufrir un enfisema y pérdida de visión, tiene graves problemas en sus caderas, que casi le impiden permanecer de pie. Cuando recibe la noticia de que su hermano Lyle (Stanton), con el que está enemistado desde hace diez años, ha sufrido un infarto, y a pesar de su precario estado de salud, decide ir a visitarlo a Wisconsin. Para ello tendrá que recorrer 500 kilometros, y lo hace en el único medio de transporte del que dispone: una máquina cortacésped.


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Basada en hechos reales, Straight Story es una película entrañable, en la que resulta imposible no dejarse atrapar por el aura de su anciano protagonista, que realiza un viaje de más de cinco semanas, montado en una pequeña máquina cortacésped que arrastra un improvisado remolque. El viejo Alvin intuye que debe realizar el trayecto únicamente de aquel modo, y el camino recorrido supone toda una penitencia, repleto de personajes que van apareciendo en escena y que, en cualquier caso, interactúan y conectan con él: en unos casos Alvin hace de sabio consejero, y en otros simplemente participa, o se deja ayudar, llegando a confesar sus más íntimos secretos.

The Straight Story es una estupenda película, sin un ápice de maldad. Para su anciano protagonista no podía ser de otro modo, puesto que con todo aquello con lo que no se encontraba en paz, logra estarlo finalmente: acaso como si el camino de regreso no existiera, o no importase.

Ignoro hasta qué punto el propio Richard Farnsworth pudo tener algo que ver en el desarrollo de la película, pues tras entrevistarse con David Lynch para interpretar su papel, le hizo saber que no trabajaría en la película, si incluía tacos o violencia. Se cuenta que David Lynch se comprometió con él a que en ningún caso sería así, y el resultado está a la vista: nadie negaría su apoyo al entrañable Alvin, en una película en la que el mayor despropósito es un camión que circula por la carretera, cuya estela de viento logra arrebatarle el sombrero al viejo Alvin. .



Atentamente:
Rafael Moriel

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viernes, 6 de agosto de 2021

«Brokeback Mountain», de Ang Lee

Ficha Técnica

Brokeback Mountain (en terreno vedado), de Ang Lee
(2005)


Título original: Brokeback Mountain (En terreno vedado)
Dirección: Ang Lee
Guión: Larry McMurtry, Diana Ossana. Historia: E. Annie Proulx
Música: Gustavo Santaolalla
Fotografía: Rodrigo Prieto
País: Estados Unidos
Año: 2005
Duración: 138 min.
Género: Romance. Drama | Drama romántico. Homosexualidad. Años 60. Vida rural (Norteamérica)
Reparto: Heath Ledger, Jake Gyllenhaal, Anne Hathaway, Michelle Williams, Randy Quaid, Linda Cardellini, Anna Faris, Scott Michael Campbell, David Harbour, Kate Mara
Productora: Focus Features, River Road Entertainment, Good Machine, Alberta Filmworks

Sinopsis


Verano de 1963: dos vaqueros, Ennis Del Mar y Jack Twist, se conocen mientras hacen cola para ser contratados por el ranchero Joe Aguirre. Los dos aspiran a conseguir un trabajo estable, casarse y formar una familia. Cuando Aguirre les envía a cuidar ganado a la majestuosa montaña Brokeback, entre ambos surge un sentimiento de camaradería que deriva hacia una relación íntima. Al concluir el verano, tienen que abandonar Brokeback y seguir caminos diferentes.


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Brokeback Mountain es una trágica historia de amor romántico. Un drama, que viene a poner de manifiesto la gran pérdida y las consecuencias derivadas, a lo largo de toda una vida, de que los protagonistas no acepten su condición sexual, y no «salgan del armario». Así ocurre para dos vaqueros que comienzan a construir sus vidas a mediados de los sesenta, en la América más conservadora, en la que la represión y la hipocresía señalan a quienes muestran una tendencia homosexual. Por desgracia, todavía hoy en día puede suceder lo mismo, o algo parecido, en cualquier parte del mundo, aunque por fortuna y en nuestra sociedad actual, la cultura y el progreso juegan a favor.

Los protagonistas de Brokeback Mountain poseen personalidades bien diferentes, y casi antagónicas: Ennis Del Mar es introvertido, conservador, y muy reticente a cambiar de vida. Procede de una familia desestructurada y en su hacer diario se esfuerza por estar a la altura y cumplir con sus responsabilidades, aun siendo infeliz a causa de ello. Su situación laboral está siempre muy presente, manteniéndolo en la cuerda floja y con una economía ajustada. Por el contrario, Jack Twist se ha criado en un ambiente menos hostil. Es emocional y comunicativo, más abierto y soñador. Él será, en todo momento, quien sirva de nexo a la historia, conformándola y creando todos los puntos de referencia. Puesto en entredicho por su forma de ser, Jack Twist es mucho más atrevido que su amante, quien prefiere pasar desapercibido y ser un «borde», con tal de que su homosexualidad no quede al descubierto. El empeño de Jack le cuesta finalmente la vida, tal como profetizara Ennis, que finalmente admite no tener «nada»... excepto recuerdos.

Tras visionar de nuevo esta gran película de Ang Lee, que incluye una música inspirada y sugerente, quisiera mostrar mi apoyo y comprensión a quienes se vean, o se hayan visto forzados a ocultar su condición sexual, sea cual sea. La orientación sexual no debería ser, en ningún caso, motivo de diferenciación o marginación. A fin de cuentas, la libertad es la máxima en este mundo «injusto e hipócrita», incluso en los Estados Unidos de América, con los rudos vaqueros y todo eso...

Nuestra sociedad debe hacer un gran esfuerzo por comprender y proteger a los más sensibles.

En cualquier caso, el final de Brokeback Mountain no te dejará impasible, y te hará reflexionar.
Paz y amor.



Atentamente:
Rafael Moriel

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domingo, 6 de junio de 2021

Rafael Moriel, «Más allá de La Botica, revista literaria»


1) Rafa, ¿qué hay después de «La Botica, revista literaria»?

Yo, y mis libros. No encuentro mucho sentido a otros modos de sentir y participar en literatura. A mi modo de ver, «La Botica, revista literaria» fue el proyecto literario con mejores aportaciones que ha existido en Vitoria-Gasteiz, porque promovía la creación literaria en todos sus formatos, y llegaba hasta las manos del público, acercándole los textos de los escritores. Ningún otro objetivo me parece más importante, y en ese sentido, Jorge Girbau Bustos y yo lo hicimos muy bien. Después de la revista literaria que tuve el honor de codirigir durante doce años, tan sólo están mis obras como autor literario, y nada me interesa más. Continuar escribiendo y concluir todos y cada uno de los libros que tengo en mente.


2) ¿Quieres decir que ya no te interesan las revistas literarias?

No exactamente. A mi modo de ver, una revista literaria es un medio de promoción para los creadores literarios; diferente al libro, en cuanto a que participa un colectivo de autores, más o menos amplio, cuyos textos llegan hasta el lector, que se supone está interesado y compra la revista, o se hace con ella. Actualmente, las revistas literarias sólo son frecuentadas por una especie de guetos de escritores, y en ese sentido, carecen de sentido para mí, desde el momento en el que cada autor se preocupa mayormente de comprobar que su texto ha quedado bien maquetado y posicionado respecto al resto. En la actualidad y por una u otra razón, las revistas literarias no llegan al lector. Me parece absurdo publicar por publicar, creo que no conduce a nada. Ni siquiera encuentro relevancia en lograr un cierto reconocimiento dentro de una comunidad de autores, si no existe un público lector al que pueda interesarle lo que tengo que contar.


3) ¿No publicas tus textos en revistas literarias?

No, no lo hago. He recibido, y recibo invitaciones para publicar; sin embargo y tal como vengo manteniendo desde hace años, la vanidad no se encuentra entre mis objetivos prioritarios. Ninguna revista literaria, en cualquiera de sus formatos... poesía, prosa, etc., es interesante para mí, si el único objetivo es publicar para un grupo de escritores, la mayoría de los cuales ni siquiera leen la revista. El objetivo debe ser el público, y si no llega hasta él, carece de sentido para mí.


4) ¿Y los recitales literarios? Llevábais a cabo muchos recitales literarios en el seno de la asociación literaria que dio nombre a la revista. ¿Tampoco te interesan?

En efecto, durante aquella época organizábamos muchos recitales literarios, en los cuales declamábamos nuestras creaciones. Considero que me muevo muy mal en el escenario, además de no recitar de un modo adecuado, porque soy demasiado tímido y carezco de capacidad para la interpretación. Normalmente quienes asisten a un recital literario prefieren algo de teatro, y en ese sentido, a mí no me interesa. Lo importante y difícil en literatura es lograr un público al que le interesen tus libros, y los compre. Tampoco sé qué debo hacer para aumentar las ventas y promocionar mis libros pero, en cualquier caso, también es algo secundario. Salir a un escenario para recitar mis textos no me apetece demasiado, ya me harté de hacerlo y no está mis objetivos porque, entre otras cosas, hace tiempo que dejé de ser un principiante.


5) ¿Qué opinas de las nuevas alternativas literarias surgidas en la capital alavesa?

Muchos de los que escribimos en Vitoria-Gasteiz, la gran mayoría, nos conocemos. Cuando Jorge y yo cesamos las actividades de la revista literaria, me mantuve alejado de la vida social de modo intencionado, durante varios años; y es curioso que haya continuado haciéndolo hasta la actualidad, siempre por voluntad propia. Creo que mi compañero de la revista, Jorge, era más atrevido y vanidoso que yo, y durante los años que llevamos a cabo la revista, reconozco que me pasé la mitad del tiempo pensando si debía ser impulsivo y ambicioso como él... O no. En cierto modo, creo que envidiaba algo de aquello que le movía, y la duda me mantuvo desconcertado durante varios años, buscando respuestas. Todo se resolvió con el paso del tiempo, y comprendí que a pesar de que mi ego no es mejor ni peor que el de cualquier otro escritor, la vanidad nunca había sido un objetivo en lo relacionado con la revista literaria. Se trataba de un proyecto en el que había mucha más gente detrás, tanto escritores como lectores, y alcanzar ese punto me tranquilizó.


6) ¿Te llama la gente para formar parte de otras actividades y eventos?

En alguna ocasión, sí. Recuerdo que durante un tiempo, después de la revista y la asociación, la gente continuaba llamándome por teléfono, pero yo siempre les dejaba claro que no tenía nada que ofrecer. Enseguida dejaron de llamar. Mas tarde contactaron conmigo para formar parte de los «poetas en mayo», cuando comenzaron con sus actividades... y les dije, casi de malas formas, que no quería saber nada de aquello. No tengo nada en contra, desde luego, y les deseo mucho éxito; simplemente, considero que a estas alturas perdería el tiempo, sirviendo a otros intereses. Yo estoy más bien por concluir y publicar mis libros... porque ya tengo una cierta edad. La diferencia entre los «poetas en mayo» y yo, es una cuestión de actitud... No quiero ser poeta, porque no aspiro a ello; escribo poesía y continuaré haciéndolo, pero lo que a mí me interesa es practicar el arte de la escritura en general, en el amplio sentido de todo lo que supone y significa; yo aspiro a cultivarme como autor literario, sin discernir o decantarme por un solo formato, por muy sugerente o asequible que parezca. Escribir tan sólo poesía me parece una pequeña parte de algo más grande e interesante, como es la LITERATURA.


7) ¿Qué aspiras a lograr con tu poesía?

Como suelo decir a menudo, entiendo la literatura como una cuestión de formatos. De modo que, dependiendo de qué es lo que me proponga escribir, empleo un formato u otro. Utilizo el formato de la poesía para expresar sentimientos. En mi poesía no hay ficción; por el contrario, ésta sí aparece en mis relatos y novelas, que están repletos de imaginación. A través de la poesía conecto con mi alma, e intento adivinar qué se esconde en la de quienes me rodean. Desnudarme, mostrar lo que hay más allá, de lo que nadie habla... Podría decirse que la poesía, para mí, es un puro ejercicio de amor y contemplación. Yo busco proximidad; eso, y la mayor claridad posible, huyendo de las palabras rebuscadas y la sofisticación,


Una entrevista de GSL.
Vitoria-Gasteiz, 5-6-2021.


Atentamente:
Rafael Moriel

domingo, 9 de mayo de 2021

Entrevista a Rafael Moriel, acerca de su novela «Aceitunas, sexo y rock and roll»


Aceitunas, sexo y rock and roll,
una novela de Rafael Moriel

1) ¿De qué va tu novela «Aceitunas, sexo y rock and roll»?

«Aceitunas, sexo y rock and roll» es una novela dramática y al mismo tiempo divertida, con grandes dosis de ironía e imaginación. Narra una serie de circunstancias trágicas en las que se ve envuelto Charly, el protagonista de la novela, tras cambiar de empleo; también es una novela divertida y muy original, tal como aseguran los periodistas y lectores que me han transmitido sus opiniones al respecto. Para que os hagáis una idea, la sinopsis del libro dice lo siguiente:

Charly atraviesa una mala racha de trabajo, que viene alargándose durante años. Acostumbrado a trabajar como subcontratado, no cesa en su empeño por lograr un empleo digno, sin llegar a conseguirlo. En su particular visión del mundo, que comparte junto a su pareja Pepi, la imaginación y la fantasía son mucho mejores que la dolorosa realidad. Alrededor de su mascota Lola, Charly y Pepi frecuentan una realidad alternativa y más favorable, donde todo lo que no tiene importancia adquiere la relevancia que ellos quieran otorgarle.

Tras cambiar de empleo, Charly comprueba que su nuevo trabajo no resulta como cabía esperar, viéndose involucrado en una serie de situaciones inesperadas, ante las cuales no le queda otro remedio que aguantar el tipo.

«Aceitunas, sexo y rock and roll», es una narración dramática con una puerta abierta a la imaginación, que finalmente resuelve el conflicto. Una mezcla entre realidad y fantasía.

2) ¿Qué te empujó a escribir «Aceitunas, sexo y rock and roll»?

Hace poco más de un año y medio, acababa de concluir una novela muy larga, de más de 400 folios A4, que todavía no he publicado. Su escritura me llevó más de tres años completos, y es una novela con un argumento serio, sin un ápice de humor. «Aceitunas, sexo y rock and roll» me sirvió como vía de escape en cierto modo, puesto que está escrita en primera persona, y eso me relajó bastante a la hora de narrar. Además, «Aceitunas, sexo y rock and roll» era uno de los proyectos que tenía en mente desde hacía tiempo, junto a otros cuatro o cinco libros que tengo pensado concluir durante los próximos años. Aproveché el confinamiento y tardé en escribirla un año exacto, desde el 28-12-2019 hasta el 28-12-2020.

«Aceitunas, sexo y rock and roll», Diario El Correo,
una novela de Rafael Moriel

3) ¿Cómo se organizó la escritura de la novela?

Fue concebida como una novela corta, que finalmente se alargó más de lo esperado. Se compone de veintiún capítulos bien diferenciados, en cada uno de los cuales sucede algo diferente. Más o menos ya tenía claro qué es lo que debía escribir, y fui conformando los capítulos poco a poco, mezclando cierta fantasía con la realidad asfixiante vivida por Charly, el protagonista de la novela junto a Pepi, y la perrita Lola.

«Aceitunas, sexo y rock and roll», diario DNA,
una novela de Rafael Moriel

4) ¿«Aceitunas, sexo y rock and roll», es un homenaje a la que fuera su mascota, Lola?

Siempre me ha inspirado dedicar mis libros a quienes formaron parte de mi vida y por desgracia ya no están aquí, y en este caso, debo admitir que nuestra perrita Lola era un miembro más de la familia, muy amada y querida. En ese sentido, podría decirse que efectivamente, nuestra mascota Lola es homenajeada, hasta el punto de que acapara la portada del libro, y es protagonista absoluta de la narración, humanizándola a través de mis fantasías.

El escritor Rafael Moriel con un ejemplar de su novela
«Aceitunas, sexo y rock and roll»

5) ¿El resultado final de la novela se ajusta a las expectativas?

Al igual que me ha ocurrido tras concluir otros libros, he pasado por diversas etapas, en cuanto a la certeza de mi creación. En ocasiones incluso llegué a sentirme inseguro. Hubo un instante en el que creí que no lo estaba consiguiendo, y las dudas me asaltaban todo el rato. A momentos, incluso llegué a dudar que la novela estuviera bien escrita... Eso ocurrió en los inicios, cuando, por decirlo de alguna manera, estaba levantando los cimientos de la novela. Supongo que es lo mismo que le sucede a todo escritor perfeccionista, sea cual fuere el estilo, el formato y la temática de su obra.

A decir verdad, la escritura inicial no me llevó demasiado tiempo. Posteriormente, una vez tuve la primera versión, fue cuando realmente invertí muchas horas de intenso trabajo, perfeccionando y puliendo la historia, y los personajes. Tras concluirla y corregirla un par de veces, me siento orgulloso del ritmo rápido y ágil de la narración, y debo decir que todo cuanto quería expresar, está reflejado; sin cursilería o descripciones complejas... ahí radica el verdadero logro, a mi modo de ver: una cuestión de ritmo.

Rafael Moriel,
promoción de «Aceitunas, sexo y rock and roll»

6) ¿Todavía te sientes inseguro, una vez terminada la novela?

En absoluto, ya he atado cabos, ampliado y llevado a cabo las últimas correcciones, y estoy tranquilo. Tras maquetar y publicar la novela en Amazon, hubo un capítulo extraviado, y por un error del corrector ortográfico, la palabra “cáliz” aparecía en lugar de "cariz". Ambos errores se dieron en la primera edición; me dio mucha rabia, pero ya está corregido, tan sólo fueron unos pocos ejemplares.

Marley, promocionando la novela
«Aceitunas, sexo y rock and roll»

7) ¿Qué aporta «Aceitunas, sexo y rock and roll», a la literatura?

Originalidad; y en estos tiempos tan convulsos, privados incluso de libertad a causa de la pandemia, grandes dosis de imaginación y fantasía, ayudando a sobrellevar el día a día, brindando una oportunidad a otros modos diferentes de concebir el mundo, aunque sea a través de la ficcion. En «Aceitunas, sexo y rock and roll» todo es posible, porque nada se queda en el tintero si puede imaginarse. Personalmente, os entiendo y aprecio a todos y cada uno de vosotros... y os doy permiso para decir y hacer cuanto os plazca, en el nombre del rock.

Portada y contraportada de la novela
«Aceitunas, sexo y rock and roll»

8) ¿Te sientes orgulloso, una vez concluida la novela?

De vez en cuando abro el libro y leo algunas páginas, y es entonces cuando comprendo que mi propósito está cumplido. No tiene nada que ver con ningún otro libro que haya escrito anteriormente, pues cada libro tiene su propio sentido y significado, pero es un proyecto que me apetecía mucho llevar a cabo.

9) ¿Cuánto de verdad hay en el argumento de «Aceitunas, sexo y rock and roll»?

Al menos la parte concerniente al empleo, la he vivido al completo de alguna manera, en empresas como Buff, Pitofrío y Pajarito, etc., con nombres diferentes, todo hay que decirlo.

Rafael Moriel con el escritor Adolfo Marchena
«Aceitunas, sexo y rock and roll»

10) ¿Por qué no has publicado la novela con una editorial? ¿Por qué no publicas tus libros con editoriales?

La literatura, al igual que la música... está muerta; se la han cargado.

Actualmente las editoriales están más interesadas en publicar a «personajes», que en la mayoría de los casos no son escritores. No tengo tiempo que perder. Aborrezco los bests sellers, porque tan sólo son una parte de la literatura, orientada a la producción industrial. Yo soy un creador. Como ya he dicho, no tengo tiempo que perder, si pretendo concluir todos los libros que tengo en mente, y es por eso que dejo en un segundo plano la búsqueda de editoriales, la promoción de mis obras, el éxito, etc., convencido de que lo importante es escribir.

No puedo dejar de escribir, y continuaré haciéndolo. A fin de cuentas, esto va de literatura, y eso es lo importante; hace tiempo hubiese dado cualquier cosa por publicar a lo grande, pero ahora soy viejo y tengo otros intereses diferentes, algo más auténticos. La propaganda es un tema, que poco o nada tiene que ver conmigo. Si alguna editorial o alguien está interesado en publicarme, que me lo haga saber... porque no tengo tiempo que perder. Por supuesto, sin pagar, sin estafarme... A estas alturas de mi vida, soy libre y escribo lo que me apetece y me pide el corazón. A fin de cuentas, yo me gano la vida trabajando; que nadie me manipule, es una máxima. En el peor de los casos, aunque no logre el éxito literario, no me importa en absoluto. Quienes me conocen lo saben perfectamente.

Promoción de la novela
«Aceitunas, sexo y rock and roll»

11) ¿Se vende bien la novela? ¿Dónde puede comprarse?

No como me gustaría, desde luego. Pero está disponible en Amazon, en formato de tapa blanda y e-book. Además de eso, también hago envíos de libros dedicados con firma, a título personal. Para comprar la novela, no hay más que pinchar en el siguiente enlace, disponible a través de la imagen; eso, o ponerse en contacto conmigo.

Aceitunas, sexo y rock and roll,
una novela de Rafael Moriel

Manuscrito original de
«Aceitunas, sexo y rock and roll»

Una entrevista de GSL.
Vitoria-Gasteiz, 9-5-2021.


Atentamente:
Rafael Moriel