Los últimos años con
«La Botica, revista literaria», acontecieron en una soledad absoluta en la que me encontré sumido, sin apenas darme cuenta.
En el año 2010 planteé la posibilidad de incorporar otra persona al equipo directivo de la revista, pero no fue posible. Necesitábamos mano de obra para diferentes tareas, pero
Jorge se negó rotundamente. Los años en que ambos trabajábamos codo con codo habían quedado atrás, y actualmente yo desempeñaba la totalidad de tareas, a excepción de la elección del autor de la portada y la contraportada, así como alguna que otra colaboración literaria prioritaria. A veces relegábamos labores en algunos de nuestros colaboradores habituales, pero lo cierto es que no funcionaban como cabía esperar. En una ocasión dejamos que distribuyeran ejemplares de la revista, pero algunos miembros de la asociación fueron incapaces de repartir dos cajas de ciento veinticinco ejemplares cada una, cuando
Jorge y yo habíamos repartido mil setecientos cincuenta ejemplares cada uno, durante muchos años, sin cobrar un duro.
Mi amistad con
Jorge se encontraba en su momento más bajo. Estábamos en un callejón sin salida. Por un lado necesitába ayuda, pero no nos poníamos de acuerdo en ampliar el equipo técnico-directivo y como ya he dicho, las pocas veces que lo habíamos intentado, no funcionó.
Jorge comenzaba a desentenderse y se dedicaba mayormente a idear y presentar sus propios proyectos, a espaldas de
«La Botica, revista literaria». En aquel momento me conformé con eso; era como si yo representase el proyecto original en solitario, pero con las manos atadas. Desempañaba la mayor parte de labores en contra de mi voluntad, pero continué haciéndolo a pesar de todo; cómo había llegado a este punto, me parecía difícil de entender en aquel momento. Además de la asociación cultural y de la revista literaria, estaba mi vida personal, laboral y de pareja, que atravesaron etapas en las que tuve que sortear grandes escollos.
«La Botica, revista literaria» era tan sólo uno de ellos.
Un par de años antes de cesar nuestras actividades literarias, la situación era insostenible. Recuerdo que presentamos nuestro proyecto anual al ayuntamiento, el cual incluía un pequeño error, consistente en que en una de las primeras páginas, la fecha que figuraba se correspondía con la del año anterior, que no había sido actualizada. Presentar el proyecto al ayuntamiento era condición indispensable para participar de las subvenciones públicas, y el técnico del ayuntamiento se puso en contacto con nosotros, invitándonos a subsanar el error y entregarlo de nuevo. Una vez corregido se lo di a
Jorge. Finalmente y para mi sorpresa, transcurrido un tiempo me llamaron de nuevo, diciéndo que el proyecto no había sido entregado. Al parecer,
Jorge lo había olvidado.
Pedí permiso en el trabajo y acudí personalmente a entregar el proyecto. En ese instante, supe que había tocado fondo.
Jorge no cesaba de presentar proyectos, junto a otras personas ajenas a la asociación, pero sus ideas no salían adelante. No había entregado el proyecto de
«La Botica, revista literaria»; pero el asunto no terminaba ahí: la crisis económica fue recortando cada vez más los presupuestos culturales, y a cuenta de ello, perdíamos nuestros recitales literarios. Tras negociar todo lo posible para no terminar desapareciendo, nos vimos reducidos a la mínima presencia posible, durante aquellos difíciles tiempos de crisis económica.
Mi amistad con
Jorge estaba rota. De hablar todos los días por teléfono varias veces, habíamos pasado a esquivarnos todo lo posible. No confiaba en él, y lo mismo sucedía al contrario. Para colmo, comenzó una persecución institucional hacia las asociaciones, que acabó por dinamitar nuestro proyecto literario.
Tras las elecciones, el nuevo gobierno de derechas exigía a las asociaciones que justificaran sus gastos al detalle, con retroactividad; de súbito, me vi rellenando documentos T10 y otros documentos similares, correspondientes a un ejercicio anterior, como si acaso una asociación como la nuestra, sin ánimo de lucro, facturase para ganar dinero o poder lucrarse, de algún modo. Recuerdo que habíamos llevado a cabo un recital en el popular
«Green Bay» de
Vitoria-Gasteiz, conmemorando el décimo aniversario de la revista. En dicho recital abonamos cien euros a cada uno de los autores participantes, que asimismo escribían en la revista. Había tal presión sobre las asociaciones, que me vi obligado a solicitar unas claves digitales en un punto de atención de la Diputación Foral de Álava, descargarme un software gratuito en el ordenador de mi casa, y responsabilizarme personalmente de cumplimentar toda aquella documentación relativa a la hacienda pública y el fisco, como si acaso desde la asociación manejásemos dinero de forma habitual. Aquello terminó por agotar mi pacienca.
Un día llamaron del ayuntamiento, comunicándonos que no había subvención económica. Recuerdo perfectamente cómo, tras hacernos pasar al despacho de cultura en el
Palacio de Montehermoso, dijeron que no había dinero, sin siquiera mirarnos a la cara. Yo aduje que lo entendíamos en las circunstancias actuales de crisis, pero solicité que, después de tantos años de esfuerzos, nos dejaran imprimir el último número de la revista, dando por concluido el proyecto. Jorge y yo éramos conscientes del deterioro de nuestra amistad, así como de la situación en la que se encontraba la asociación. La portada del último número de la revista correría a cargo del artista plástico
Michel Martínez Vela, y la contraportada sería para el fotógrafo
Javier Sánchez. Ambos habían hecho posible la edición del primer número, y estábamos en deuda. Ese era mi deseo, pero el ayuntamiento lo dejó estar, y no obtuvimos respuesta. El que fuera el último número de
«La Botica, revista literaria», se quedó en el tintero. Ni siquiera accedieron a imprimir los ejemplares, a pesar de renunciar a toda subvención económica.
En agosto de 2012 acudimos al Gobierno Vasco, solicitando la baja de la asociación cultural. Reconozco que fue una liberación personal, y pude respirar tranquilo; me sentía completamente solo y me resultaba difícil asumir todo lo acontecido. Decidí alejarme de los ambientes literarios y artísticos de
Vitoria-Gasteiz, así como de mi compañero de proyecto durante doce años.
He necesitado más de ocho años para racionalizarlo, y poder hablar de ello. A mediados de 2011 inicié mi blog personal, una puerta abierta a la creación y un medio de expresión. Continúo escribiendo, tal como es mi deseo, y publico libros de poesía, relatos, novela y divulgación de otros temas que me interesan. No deseo, ni necesito participar en proyectos similares. Cuando alguien se ha puesto en contacto conmigo, en relación a recitales literarios, ha obtenido un «NO» por respuesta, muy claro y contundente. Así que ya lo sabéis quienes leáis esto, que es mi decisión: no me interesa, no por el momento... Otra cosa sería las publicaciones.
«La Botica, revista literaria» fue el proyecto literario por excelencia, de Vitoria-Gasteiz. Hasta la fecha no ha sido igualado, ni siquiera por aproximación. Disfrutó de una excelente salud, y publicó a más de trescientos autores diferentes. Nuestro trabajo de equipo funcionó a la perfección durante los mejores años; nosotros, que lo llevamos a cabo, carecemos de importancia frente a semejante logro. Mi mayor recompensa fue llevarlo a cabo, a pesar de todo; me quedo con la gratificación que sentía tras entregar las revistas en los hospitales, donde era recibido con los brazos abiertos; aunque me confundieran con un recadista, a fin de cuentas no se trataba de un lucimiento personal, y doy fe de ello a través del presente post y cuantos le preceden, en esta historia de «La Botica, revista literaria», probablemente el proyecto literario más interesante de Vitoria-Gasteiz, que publicó textos de diferentes autores, en todos los formatos literarios posibles.