Aquello de lo que a menudo huímos es algo inequívoco
Esta tarde me disponía a escribir un post para este blog, del cual incluso tenía un borrador sobre mi escritorio; sin embargo, yo no sé muy bien por qué, me he sentado a escribir y finalmente me ha salido algo muy diferente, probablemente inspirado por un documental que visioné recientemente, cuya temática gira en torno a la vida y obras de uno de los científicos más prolíficos y brillantes de la historia reciente: Nikola Tesla, a quien dedico el presente artículo.
Mi mente evoca con ternura los recuerdos de la infancia, cuando todo resultaba más sencillo y la gente me llamaba cariñosamente por mi nombre, empleando diminutivos. Los veranos parecían más largos y los problemas tenían fácil solución; recuerdo que las mujeres más ancianas me preparaban tazones de arroz con leche, nutriéndome con magnífica energía... Ha llovido mucho desde entonces y mi aspecto, lejos de ser el de un tierno infante, es el de un hombre adulto con más de cincuenta años de edad. Mi frescura e inocencia, al igual que todas aquellas personas a quienes recuerdo con gran cariño y amor, quedaron atrás. Podría recurrir a multitud de ejemplos para introducir el presente post, pero quienes tenéis una cierta edad ya sabéis más o menos de lo que estoy hablando, así que me ahorraré romanticismos e iré directamente al grano, al más puro estilo de un observador científico:
La vida podría tratarse de un mero intercambio de energías con el universo, y con quienes coincidimos en un intervalo de tiempo concreto. De este modo, es muy posible que durante nuestra infancia y juventud estuviéramos absorbiendo la energía de otras personas, que a su vez perdieran la suya propia. Este acopio al que hago referencia, alcanzaría su punto álgido en un momento dado de nuestra existencia, en el que las tornas cambian; como si se tratase de un efecto físico que obedece a un cambio de estado o a una circunstancia concreta, lo adquirido comienza a ser devuelto al mundo que nos rodea, y a nuestros congéneres: a los hijos que procreamos, a las diferentes expresiones de la sociedad en la que vivimos, a la dedicación diaria en nuestros empleos, a los líderes y valores en los que creemos, a la lucha y supervivencia de una grave enfermedad, etc. En cualquier caso y si la vida acontece con normalidad, la cuenta atrás comenzaría a sucederse en un momento dado, y es tan sólo una cuestión de tiempo. A partir de entonces nuestro día a día parecería acontecer más deprisa, entretanto envejecemos; todo apunta a que nada será mejor de lo que ha sido hasta entonces, precisamente cuando hemos alcanzado una madurez como seres racionales y una sapiencia mayor que nunca antes, y nuestra mente puede haber logrado incluso una plenitud de conciencia próxima a la divinidad.
Pero terminamos aceptándolo, entre los devenires del día a día. Intrínsecamente todo sucede de modo similar a como ilustra el siguiente vídeo, relativo a la física y en relación a algunas de sus magnitudes fundamentales, que por otro lado no difieren de la frescura inicial a la que yo hacía referencia anteriormente, así como el transcurso del tiempo de nuestra existencia, cuando lo irresoluto que representa y supone hacen que todo vuelva a repetirse para comenzar de nuevo. Acaso como una respuesta a los principios de la física.
A fin de cuentas uno termina entregándolo todo, acaso como una vieja deuda de la que nadie escapa. La muerte tan sólo supone la total devolución. Y el amor, ¿qué es y qué supone? La respuesta queda pendiente para mi próximo post.
Como reflexión final, se me ocurre que tan sólo en la madurez es posible recordar y tener presentes a quienes nos entregaron su energía y velaron por nosotros, algunas veces en la sombra; entre ellos hay auténticos ángeles; sin alas, personas normales, vecinos, amigos, familiares e incluso casi desconocidos... Me despiso finalmente, entretanto os dejo rememorando a vuestros ángeles guardianes, tema que asismismo queda pendiente para un futuro post.
Mi mente evoca con ternura los recuerdos de la infancia, cuando todo resultaba más sencillo y la gente me llamaba cariñosamente por mi nombre, empleando diminutivos. Los veranos parecían más largos y los problemas tenían fácil solución; recuerdo que las mujeres más ancianas me preparaban tazones de arroz con leche, nutriéndome con magnífica energía... Ha llovido mucho desde entonces y mi aspecto, lejos de ser el de un tierno infante, es el de un hombre adulto con más de cincuenta años de edad. Mi frescura e inocencia, al igual que todas aquellas personas a quienes recuerdo con gran cariño y amor, quedaron atrás. Podría recurrir a multitud de ejemplos para introducir el presente post, pero quienes tenéis una cierta edad ya sabéis más o menos de lo que estoy hablando, así que me ahorraré romanticismos e iré directamente al grano, al más puro estilo de un observador científico:
La vida podría tratarse de un mero intercambio de energías con el universo, y con quienes coincidimos en un intervalo de tiempo concreto. De este modo, es muy posible que durante nuestra infancia y juventud estuviéramos absorbiendo la energía de otras personas, que a su vez perdieran la suya propia. Este acopio al que hago referencia, alcanzaría su punto álgido en un momento dado de nuestra existencia, en el que las tornas cambian; como si se tratase de un efecto físico que obedece a un cambio de estado o a una circunstancia concreta, lo adquirido comienza a ser devuelto al mundo que nos rodea, y a nuestros congéneres: a los hijos que procreamos, a las diferentes expresiones de la sociedad en la que vivimos, a la dedicación diaria en nuestros empleos, a los líderes y valores en los que creemos, a la lucha y supervivencia de una grave enfermedad, etc. En cualquier caso y si la vida acontece con normalidad, la cuenta atrás comenzaría a sucederse en un momento dado, y es tan sólo una cuestión de tiempo. A partir de entonces nuestro día a día parecería acontecer más deprisa, entretanto envejecemos; todo apunta a que nada será mejor de lo que ha sido hasta entonces, precisamente cuando hemos alcanzado una madurez como seres racionales y una sapiencia mayor que nunca antes, y nuestra mente puede haber logrado incluso una plenitud de conciencia próxima a la divinidad.
Pero terminamos aceptándolo, entre los devenires del día a día. Intrínsecamente todo sucede de modo similar a como ilustra el siguiente vídeo, relativo a la física y en relación a algunas de sus magnitudes fundamentales, que por otro lado no difieren de la frescura inicial a la que yo hacía referencia anteriormente, así como el transcurso del tiempo de nuestra existencia, cuando lo irresoluto que representa y supone hacen que todo vuelva a repetirse para comenzar de nuevo. Acaso como una respuesta a los principios de la física.
A fin de cuentas uno termina entregándolo todo, acaso como una vieja deuda de la que nadie escapa. La muerte tan sólo supone la total devolución. Y el amor, ¿qué es y qué supone? La respuesta queda pendiente para mi próximo post.
Como reflexión final, se me ocurre que tan sólo en la madurez es posible recordar y tener presentes a quienes nos entregaron su energía y velaron por nosotros, algunas veces en la sombra; entre ellos hay auténticos ángeles; sin alas, personas normales, vecinos, amigos, familiares e incluso casi desconocidos... Me despiso finalmente, entretanto os dejo rememorando a vuestros ángeles guardianes, tema que asismismo queda pendiente para un futuro post.
Atentamente:
Rafael Moriel
Rafael Moriel