Nota: el presente post es una continuación del post publicado anteriormente, que lleva por título «La Botica, Revista Literaria-1 (El Comienzo)».
Nota: a través de los siguientes links es posible acceder a los diferentes capítulos de la historia de «La Botica, revista literaria»:
«La Botica, Revista Literaria-5 (Perdiendo Frescura)».
«La Botica, Revista Literaria-4 (La Censura)».
«La Botica, Revista Literaria-3 (Evolución)».
«La Botica, Revista Literaria-1 (El comienzo)».
«La Botica, Revista Literaria-5 (Perdiendo Frescura)».
«La Botica, Revista Literaria-4 (La Censura)».
«La Botica, Revista Literaria-3 (Evolución)».
«La Botica, Revista Literaria-1 (El comienzo)».
Para la portada del primer número de «La Botica, revista literaria» tuvimos la suerte de contar con la colaboración del artista Simónides, que nos cedió un dibujo inspirado en un microcuento que yo había escrito y le regalé unos días antes. Llevaba por título «El Tornillo», y encabezó nuestro primer editorial, firmado por Jon Uriarte Gómez, que era un seudónimo de los que yo utilizaba por entonces. Simónides diseñó la primera portada, y a él le siguieron otros tantos artistas.
Necesitábamos ampliar la redacción y fichamos al poeta Javier Ortiz de Zárate, con lo que pasamos a ser tres responsables. Por otro lado, ciento veinticinco ejemplares eran muy pocos, y era preciso aumentar la tirada. Pedimos presupuestos en diferentes imprentas; el dueño de la imprenta Dádiva, poeta y editor de algunos números de su propia revista literaria, nos hizo la propuesta más económica e interesante de todas. Decidimos publicar 500 ejemplares al precio de 300 pts cada uno. La maquetación del número uno corrió a cargo de Arantza Íñiguez de Onsoño, que por aquel entonces solía ilustrar algunos de mis relatos cortos.
Alquilamos un apartado de correos. Recibimos muchas colaboraciones literarias. Por las tardes nos reuníamos en casa de Javier Ortiz de Zárate, para seleccionar a los veinte afortunados que llenarían las 64 páginas de la revista. Cada uno de nosotros leía los originales en su casa, y después se los pasaba al siguiente; al terminar la ronda nos citábamos para llevar a cabo la selección de los textos, que era una total democracia; debatíamos y repetíamos las votaciones si era preciso, aunque lo cierto es que todo el proceso nos ocupaba demasiado tiempo. Después de todo, aún debíamos buscar inspiración para escribir nuestros propios textos en el escaso tiempo que nos quedaba libre, además del trabajo con el que ganarnos la vida, y todo lo demás.
Acudimos a los periódicos, y todos ellos hicieron eco de la noticia. Recuerdo que una periodista se puso en contacto conmigo, a nivel particular; yo estaba aparcando mi coche cuando sonó el móvil, y me entrevistó de una forma algo apresurada, sin que me diera tiempo a quitarme el cinturón de seguridad. Respondí a una serie de preguntas que iban sucediéndose, una tras otra, sin apenas pausa. Ése fue mi primer contacto con la prensa, a título personal; pocos días después ojeando el periódico, pude ver mi rostro junto al encabezado de la portada del diario, con el siguiente titular: «Publicar un Libro es Casi Imposible, Rafael Moriel». Aquello me provocó sentimientos encontrados que me hicieron reflexionar. Habíamos visitado los tres juntos las redacciones de los periódicos, donde nos habían hecho incluso una serie de fotografías, y posteriormente me habían telefoneado desde uno de aquellos diarios, a título particular. Aparecer en la portada de un periódico, en solitario, no era mi objetivo, y mucho menos acaparar toda la atención, en una entrevista tan personalizada. El objetivo no debía ser otro que promocionar nuestra revista literaria. Por ello, reuní a mis compañeros para explicarles que los derroteros por los que había acontecido la noticia distaban algo del objetivo, y me disculpé con ellos en cierto modo, asegurándoles que nunca más dejaría que ocurriese algo parecido. Y así fue: lo importante era el proyecto, «La Botica, revista literaria».
El número uno se distribuyó y vendió con gran éxito en el Café Arte de Vitoria, además de varias librerías y bares, etc., algunos de los cuales aportaron dinero a cambio de un pequeño espacio de publicidad en la contraportada. Finalmente, el número uno superó el éxito de su predecesor, y nos habíamos estrenado en presentaciones de prensa y radio, entretanto íbamos creando un entramado de distribución que incluía librerías y locales comerciales, cafés y bares artísticos, etc.
Poco tiempo después Arantza decidió dejar la maquetación para dedicarse a sus propios asuntos, y yo tomé las riendas de la parte técnica, estrenándome con la maquetación del número dos. A decir verdad estaba pésimamente maquetado, y la imprenta nos lo hizo saber, pero continuamos adelante a pesar de todo; tan sólo con el paso del tiempo aprendí a maquetar correctamente, e incluso llegué a trabajar durante algunos años como redactor técnico, en una empresa multinacional.
Tras cinco meses desde la edición del número uno, publicamos el número dos. En ambos casos logramos vender suficientes ejemplares como para obtener un margen de beneficio con el que pagar a la imprenta, más un veinte por ciento de ganancia sobre el precio de venta al público, para el beneficio de los comerciantes. Distribuíamos los ejemplares por los diferentes locales comerciales y transcurrido un tiempo, regresábamos a recoger los sobrantes y saldar cuentas. A decir verdad, todo el proceso era complejo y hacía falta mucho tiempo y paciencia; de veras que suponía un esfuerzo titánico, y me sentía obligado a tomar una consumición en cada uno de los bares que visitaba, lo cual incrementaba el tiempo invertido.
Al término de un recital literario en el que llevamos a cabo la presentación del número dos de «La Botica, revista literaria» en el Café Arte de Michel Martínez Vela, me di cuenta de que Javier había cambiado de actitud. Esa misma tarde le había llevado una caja de ejemplares para que los repartiera, y me percaté de que se la dejaba olvidada en el interior del bar. Entonces me acerqué a él y le pregunté qué le ocurría; él no podía ocultar que algo le preocupaba, y terminó reconociendo que no había sido capaz de integrarse en nuestro equipo y que, entre Jorge y yo había muy buena conexión y él no se sentía capaz de luchar con fuerzas para estar a nuestra altura.
Hablé con Jorge y decidimos regresar a los inicios, cuando sólo éramos dos responsables; al fin y al cabo, Javier tenía razón: Jorge y yo hacíamos muy buen equipo, y además de grandes amigos, éramos perfectamente capaces de hacerlo todo por nuestra cuenta. Javier no pudo encontrar su hueco y no se sentía con ánimo de intentarlo, dando por finalizada su aportación como responsable de la revista.
Mi compañero Jorge Girbau Bustos frecuentaba asiduamente las reuniones y presentaciones de otros artistas, y pasó a ejercer como relaciones públicas de la revista, además de otras labores de redacción y selección de textos. Yo desempeñaba mayormente labores técnicas de maquetación, redacción, edición y diseño de carteles, web, etc., con lo cual fuimos encontrando nuestro sitio, sin apenas darnos cuenta.
Lo que vino poco después no podría ser mejor. «La Botica» funcionaba como proyecto. Comenzamos a ser muy populares en Vitoria-Gasteiz, y constantemente nos hacían propuestas de recitales literarios o participaciones en eventos, donde los colaboradores de la revista recitaban sus textos. «Creció como la espuma», para nuestro asombro; el proyecto tenía muy buena energía, y había muchos escritores y artistas dispuestos a colaborar. Sin embargo, había algunos problemas incómodos que debíamos resolver: al recoger los ejemplares sobrantes de los locales de distribución, algunos comerciantes aducían extravío de los sobrantes, y comenzaba a haber problemas para cobrar el dinero. La realidad siempre ha superado a la ficción, y hubo algún caso que nos sorprendió de modo ingrato.
A pesar del éxito, era un buen momento de reflexionar: el número dos de la revista había obtenido peores ventas, y tras analizar el por qué, caímos en la cuenta de que había diversos factores, como el mes elegido para llevar a cabo la presentación de la revista a la prensa y radio, etc., que habían influido en su difusión, puesto que algunos festivales y eventos locales habían eclipsado la noticia.
Comenzamos a mirar hacia las instituciones públicas. La solución pasaba por registrarnos como asociación, lo cual presentaba ciertas ventajas, además de librarnos del incómodo trato con los comerciantes. La primera subvención que nos concedieron fue ridícula; «se dice el pecado y no el pecador», pero nos subvencionaron con la cifra de ciento veinte euros, que apenas alcanzaban a costear el apartado de correos, y poco más. A pesar de ello y dando un giro inteligente, solicitamos la impresión gratuita de los ejemplares en lugar del dinero. Si hay algo que dominábamos era la tenacidad, y aquello fue una jugada maestra.
Necesitábamos ampliar la redacción y fichamos al poeta Javier Ortiz de Zárate, con lo que pasamos a ser tres responsables. Por otro lado, ciento veinticinco ejemplares eran muy pocos, y era preciso aumentar la tirada. Pedimos presupuestos en diferentes imprentas; el dueño de la imprenta Dádiva, poeta y editor de algunos números de su propia revista literaria, nos hizo la propuesta más económica e interesante de todas. Decidimos publicar 500 ejemplares al precio de 300 pts cada uno. La maquetación del número uno corrió a cargo de Arantza Íñiguez de Onsoño, que por aquel entonces solía ilustrar algunos de mis relatos cortos.
Alquilamos un apartado de correos. Recibimos muchas colaboraciones literarias. Por las tardes nos reuníamos en casa de Javier Ortiz de Zárate, para seleccionar a los veinte afortunados que llenarían las 64 páginas de la revista. Cada uno de nosotros leía los originales en su casa, y después se los pasaba al siguiente; al terminar la ronda nos citábamos para llevar a cabo la selección de los textos, que era una total democracia; debatíamos y repetíamos las votaciones si era preciso, aunque lo cierto es que todo el proceso nos ocupaba demasiado tiempo. Después de todo, aún debíamos buscar inspiración para escribir nuestros propios textos en el escaso tiempo que nos quedaba libre, además del trabajo con el que ganarnos la vida, y todo lo demás.
Acudimos a los periódicos, y todos ellos hicieron eco de la noticia. Recuerdo que una periodista se puso en contacto conmigo, a nivel particular; yo estaba aparcando mi coche cuando sonó el móvil, y me entrevistó de una forma algo apresurada, sin que me diera tiempo a quitarme el cinturón de seguridad. Respondí a una serie de preguntas que iban sucediéndose, una tras otra, sin apenas pausa. Ése fue mi primer contacto con la prensa, a título personal; pocos días después ojeando el periódico, pude ver mi rostro junto al encabezado de la portada del diario, con el siguiente titular: «Publicar un Libro es Casi Imposible, Rafael Moriel». Aquello me provocó sentimientos encontrados que me hicieron reflexionar. Habíamos visitado los tres juntos las redacciones de los periódicos, donde nos habían hecho incluso una serie de fotografías, y posteriormente me habían telefoneado desde uno de aquellos diarios, a título particular. Aparecer en la portada de un periódico, en solitario, no era mi objetivo, y mucho menos acaparar toda la atención, en una entrevista tan personalizada. El objetivo no debía ser otro que promocionar nuestra revista literaria. Por ello, reuní a mis compañeros para explicarles que los derroteros por los que había acontecido la noticia distaban algo del objetivo, y me disculpé con ellos en cierto modo, asegurándoles que nunca más dejaría que ocurriese algo parecido. Y así fue: lo importante era el proyecto, «La Botica, revista literaria».
El número uno se distribuyó y vendió con gran éxito en el Café Arte de Vitoria, además de varias librerías y bares, etc., algunos de los cuales aportaron dinero a cambio de un pequeño espacio de publicidad en la contraportada. Finalmente, el número uno superó el éxito de su predecesor, y nos habíamos estrenado en presentaciones de prensa y radio, entretanto íbamos creando un entramado de distribución que incluía librerías y locales comerciales, cafés y bares artísticos, etc.
Poco tiempo después Arantza decidió dejar la maquetación para dedicarse a sus propios asuntos, y yo tomé las riendas de la parte técnica, estrenándome con la maquetación del número dos. A decir verdad estaba pésimamente maquetado, y la imprenta nos lo hizo saber, pero continuamos adelante a pesar de todo; tan sólo con el paso del tiempo aprendí a maquetar correctamente, e incluso llegué a trabajar durante algunos años como redactor técnico, en una empresa multinacional.
Tras cinco meses desde la edición del número uno, publicamos el número dos. En ambos casos logramos vender suficientes ejemplares como para obtener un margen de beneficio con el que pagar a la imprenta, más un veinte por ciento de ganancia sobre el precio de venta al público, para el beneficio de los comerciantes. Distribuíamos los ejemplares por los diferentes locales comerciales y transcurrido un tiempo, regresábamos a recoger los sobrantes y saldar cuentas. A decir verdad, todo el proceso era complejo y hacía falta mucho tiempo y paciencia; de veras que suponía un esfuerzo titánico, y me sentía obligado a tomar una consumición en cada uno de los bares que visitaba, lo cual incrementaba el tiempo invertido.
Al término de un recital literario en el que llevamos a cabo la presentación del número dos de «La Botica, revista literaria» en el Café Arte de Michel Martínez Vela, me di cuenta de que Javier había cambiado de actitud. Esa misma tarde le había llevado una caja de ejemplares para que los repartiera, y me percaté de que se la dejaba olvidada en el interior del bar. Entonces me acerqué a él y le pregunté qué le ocurría; él no podía ocultar que algo le preocupaba, y terminó reconociendo que no había sido capaz de integrarse en nuestro equipo y que, entre Jorge y yo había muy buena conexión y él no se sentía capaz de luchar con fuerzas para estar a nuestra altura.
Hablé con Jorge y decidimos regresar a los inicios, cuando sólo éramos dos responsables; al fin y al cabo, Javier tenía razón: Jorge y yo hacíamos muy buen equipo, y además de grandes amigos, éramos perfectamente capaces de hacerlo todo por nuestra cuenta. Javier no pudo encontrar su hueco y no se sentía con ánimo de intentarlo, dando por finalizada su aportación como responsable de la revista.
Mi compañero Jorge Girbau Bustos frecuentaba asiduamente las reuniones y presentaciones de otros artistas, y pasó a ejercer como relaciones públicas de la revista, además de otras labores de redacción y selección de textos. Yo desempeñaba mayormente labores técnicas de maquetación, redacción, edición y diseño de carteles, web, etc., con lo cual fuimos encontrando nuestro sitio, sin apenas darnos cuenta.
Lo que vino poco después no podría ser mejor. «La Botica» funcionaba como proyecto. Comenzamos a ser muy populares en Vitoria-Gasteiz, y constantemente nos hacían propuestas de recitales literarios o participaciones en eventos, donde los colaboradores de la revista recitaban sus textos. «Creció como la espuma», para nuestro asombro; el proyecto tenía muy buena energía, y había muchos escritores y artistas dispuestos a colaborar. Sin embargo, había algunos problemas incómodos que debíamos resolver: al recoger los ejemplares sobrantes de los locales de distribución, algunos comerciantes aducían extravío de los sobrantes, y comenzaba a haber problemas para cobrar el dinero. La realidad siempre ha superado a la ficción, y hubo algún caso que nos sorprendió de modo ingrato.
A pesar del éxito, era un buen momento de reflexionar: el número dos de la revista había obtenido peores ventas, y tras analizar el por qué, caímos en la cuenta de que había diversos factores, como el mes elegido para llevar a cabo la presentación de la revista a la prensa y radio, etc., que habían influido en su difusión, puesto que algunos festivales y eventos locales habían eclipsado la noticia.
Comenzamos a mirar hacia las instituciones públicas. La solución pasaba por registrarnos como asociación, lo cual presentaba ciertas ventajas, además de librarnos del incómodo trato con los comerciantes. La primera subvención que nos concedieron fue ridícula; «se dice el pecado y no el pecador», pero nos subvencionaron con la cifra de ciento veinte euros, que apenas alcanzaban a costear el apartado de correos, y poco más. A pesar de ello y dando un giro inteligente, solicitamos la impresión gratuita de los ejemplares en lugar del dinero. Si hay algo que dominábamos era la tenacidad, y aquello fue una jugada maestra.
Si deseas conocer los detalles y pormenores de «La Botica, revista literaria», número a número, pincha aquí.
Nota: a través de los siguientes links es posible acceder a los diferentes capítulos de la historia de «La Botica, revista literaria»:
«La Botica, Revista Literaria-5 (Perdiendo Frescura)».
«La Botica, Revista Literaria-4 (La Censura)».
«La Botica, Revista Literaria-3 (Evolución)».
«La Botica, Revista Literaria-1 (El comienzo)».
«La Botica, Revista Literaria-5 (Perdiendo Frescura)».
«La Botica, Revista Literaria-4 (La Censura)».
«La Botica, Revista Literaria-3 (Evolución)».
«La Botica, Revista Literaria-1 (El comienzo)».
Atentamente:
Rafael Moriel
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