A veces recuerdo cómo era mi vida cuando era un niño y brillaba mi estrella, tan llena de vida como exenta de experiencia. Por aquel entonces «los mayores» me nutrían a través de su cariño y su energía, de manera incondicional. Pero los años van pasando y todos se van marchando poco a poco, aunque su recuerdo permanezca imborrable.
Los ángeles no vuelan, ni tienen alas. A menudo son personas de carne y hueso, que nos acompañan y con quienes compartimos nuestro día a día; otras veces conforman recuerdos o energías provenientes de seres a quienes recordamos con dicha, en un intento de hacer nuestras vidas algo más soportables. Dicho sentimiento funciona de un modo similar a la fe religiosa, mitigando nuestro desamparo e incomprensión ante la realidad que nos rodea.
Siempre hubo alguien que hizo algo por nosotros; aunque es muy posible que sólo con el transcurso del tiempo adquiera relevancia: asistirnos, orientarnos, o simplemente actuar desde el anonimato, aliviándonos, e incluso salvando nuestra vida: compañeros, amigos, familiares...
Mi padre regentaba un negocio de hostelería en un local céntrico, por lo que llegué a conocer a mucha gente curiosa y diferente. En ocasiones cierro los ojos e intento recordar todos aquellos rostros con nombre propio, y es entonces cuando me vienen a la mente recuerdos muy entrañables. Los ángeles no tienen por qué pertenecer a otros mundos diferentes; se mueven entre nosotros, aunque no logremos reconocerlos, cegados por la vorágine y la rutina del día a día.
Cuando era joven a menudo necesité la comprensión ajena, especialmente si me sentía triste y preocupado. Era una especia de anhelo o una recreación mental, que me hizo sentirme muy solo durante mi adolescencia y juventud. Actualmente soy bastante más fuerte, y mucho más consciente. Sin lugar a dudas mi ángel favorito es mi madre, a quien recuerdo a diario y con quien me comunico, a pesar de que falleciera. Hay muchas personas a quienes recuerdo con cariño. Por citar a alguien mencionaré a mi tío, Antonio Ruiz de Arechavaleta, que siempre fue muy creativo y emprendedor. El paso del tiempo me ha demostrado algunos hermosos detalles que tuvo conmigo:
Era un adolescente cuando llevé a casa a mis dos primeras mascotas (un gato negro y una perrita mestiza que escondía en el camarote, ambos abandonados). Mis padres se negaron a adoptarlos, y no sabía qué hacer. Ante su negativa y con un futuro incierto para aquellos animales, mi tío se hizo cargo de ellos en un principio, buscándoles un hogar definitivo posteriormente.
Pasé mucho tiempo acompañándole, entretanto construía una casa en un pueblo próximo a Vitoria. Recuerdo su Seat 850, de color azul. A decir verdad, cuando era pequeño sólo quería estar con mis padres, que trabajaban todo el día y no podían atenderme. A causa de ello pasé mucho tiempo sintiéndome solo. Durante mis estancias en el pueblo llegué a ser travieso y algo gamberro, pero mi tío siempre miró hacia otro lado. Años después acudió a verme recitar mis textos literarios, cuando actué con gran éxito en la Sala Vital de Vitoria; él estaba muy enfermo, pero se presentó repeinado y elegantemente vestido, en su silla de ruedas. Es muy posible que les deba mucho, a él y a mi tía también.
Recuerdo una tarde en la que yo me sentía triste, entretanto conducíamos a través del puerto de montaña de Zaldiaran. En mi casa había problemas y yo permanecía cabizbajo y callado, en el asiento del copiloto. Mi tío no dejó de hablar durante todo el trayecto, contándome que en un futuro próximo todos aquellos parajes estarían ocupados por merenderos, señalándome algunos lugares concretos. El viaje fue más sencillo y ahora entiendo que aunque me engañaba, logró entretenerme para hacerme olvidar.
¿Seré yo el ángel de alguien? ¿Lo serás tú? Los ángeles nos rodean... aún estamos vivos.
Los ángeles no vuelan, ni tienen alas. A menudo son personas de carne y hueso, que nos acompañan y con quienes compartimos nuestro día a día; otras veces conforman recuerdos o energías provenientes de seres a quienes recordamos con dicha, en un intento de hacer nuestras vidas algo más soportables. Dicho sentimiento funciona de un modo similar a la fe religiosa, mitigando nuestro desamparo e incomprensión ante la realidad que nos rodea.
Siempre hubo alguien que hizo algo por nosotros; aunque es muy posible que sólo con el transcurso del tiempo adquiera relevancia: asistirnos, orientarnos, o simplemente actuar desde el anonimato, aliviándonos, e incluso salvando nuestra vida: compañeros, amigos, familiares...
Mi padre regentaba un negocio de hostelería en un local céntrico, por lo que llegué a conocer a mucha gente curiosa y diferente. En ocasiones cierro los ojos e intento recordar todos aquellos rostros con nombre propio, y es entonces cuando me vienen a la mente recuerdos muy entrañables. Los ángeles no tienen por qué pertenecer a otros mundos diferentes; se mueven entre nosotros, aunque no logremos reconocerlos, cegados por la vorágine y la rutina del día a día.
Cuando era joven a menudo necesité la comprensión ajena, especialmente si me sentía triste y preocupado. Era una especia de anhelo o una recreación mental, que me hizo sentirme muy solo durante mi adolescencia y juventud. Actualmente soy bastante más fuerte, y mucho más consciente. Sin lugar a dudas mi ángel favorito es mi madre, a quien recuerdo a diario y con quien me comunico, a pesar de que falleciera. Hay muchas personas a quienes recuerdo con cariño. Por citar a alguien mencionaré a mi tío, Antonio Ruiz de Arechavaleta, que siempre fue muy creativo y emprendedor. El paso del tiempo me ha demostrado algunos hermosos detalles que tuvo conmigo:
Era un adolescente cuando llevé a casa a mis dos primeras mascotas (un gato negro y una perrita mestiza que escondía en el camarote, ambos abandonados). Mis padres se negaron a adoptarlos, y no sabía qué hacer. Ante su negativa y con un futuro incierto para aquellos animales, mi tío se hizo cargo de ellos en un principio, buscándoles un hogar definitivo posteriormente.
Antonio Ruiz de Arechavaleta (D.E.P.), |
Recuerdo una tarde en la que yo me sentía triste, entretanto conducíamos a través del puerto de montaña de Zaldiaran. En mi casa había problemas y yo permanecía cabizbajo y callado, en el asiento del copiloto. Mi tío no dejó de hablar durante todo el trayecto, contándome que en un futuro próximo todos aquellos parajes estarían ocupados por merenderos, señalándome algunos lugares concretos. El viaje fue más sencillo y ahora entiendo que aunque me engañaba, logró entretenerme para hacerme olvidar.
Los ángeles existen si adquieren sentido |
¿Seré yo el ángel de alguien? ¿Lo serás tú? Los ángeles nos rodean... aún estamos vivos.
Atentamente:
Rafael Moriel
Rafael Moriel